"Muchos
dolores habrá para el impío; mas al que espera en Jehová, le rodea la
misericordia." (Sal. 32: 10.)
Con frecuencia pensamos que aquellos que
sirven a Dios, tienen muchas más dificultades que el incrédulo, y que la senda
que se les ha dado para recorrer es áspera... Pero, ¿goza impunemente el pecador
de su placer mundano? Oh, no. Hay ocasiones cuando el pecador está terriblemente
perturbado. Teme a Dios, pero no lo ama.
¿Están los malos libres de
chascos, perplejidades, pérdidas terrenas, pobreza y dificultades? Muchos de
ellos sufren una prolongada enfermedad, y sin embargo no tienen a un Ser
poderoso en quien confiar; no tienen la gracia fortalecedora de un poder de lo
alto para sostenerlos en su debilidad. Confían en su propia fuerza. No tienen
consuelo al contemplar el futuro, sino una terrible incertidumbre que los
atormenta; y así cierran sus ojos en la muerte, sin encontrar ningún placer al
mirar hacia la mañana de la resurrección, porque carecen de una esperanza gozosa
que les dé la seguridad de tener parte en la primera resurrección...
El
cristiano está sujeto a la enfermedad, a los chascos, a la pobreza, a los
vituperios y a las dificultades. Sin embargo, en medio de todo esto, ama a Dios,
elige hacer su voluntad, y ninguna cosa aprecia tanto como su aprobación. En las
pruebas contradictorias y escenas cambiantes de esta vida, él sabe que hay un
Ser que conoce todas las cosas; un Ser que escuchará con oídos atentos el clamor
de los afligidos y perturbados; un Ser que puede simpatizar con toda tristeza, y
mitigar la penetrante angustia de todo corazón...
En medio de toda esta
aflicción, el cristiano tiene un poderoso consuelo. Y si Dios permite; que sufra
una enfermedad larga y perturbadora, antes de cerrar los ojos en la muerte,
puede soportar todo con gozo... Contempla el futuro con satisfacción celestial.
Un corto reposo en la tumba, y luego el Dador de la vida romperá los sellos del
sepulcro, libertará al cautivo y lo levantará de su lecho de polvo, vestido de
inmortalidad, para nunca más sufrir dolor, tristeza o muerte. ¡Oh, cuán
admirable es la esperanza del cristiano! Quiero que esta esperanza del cristiano
sea la mía. Que también sea la vuestra.
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