"Como le
has dado potestad sobre toda carne, para que, dé vida eterna a todos los que le
diste." Juan 17: 2.
Dios quiere que cada hombre estime a Cristo, que es
el Autor y Consumador de nuestra fe. Como cristianos debemos ejercitar en
palabras y en acciones los nobles rasgos de carácter que moran en Jesucristo,
como el más excelso don que pueda otorgarse al alma humana. ¿Se apartará de la
iniquidad todo el que mencione el nombre de Cristo? El término empleado aquí no
siempre significa las formas groseras de pecado. Significa cada acción que no
nos gustaría encontrar en el cielo. De esas acciones hemos de alejarnos. No
debemos practicarlas en esta vida, ni en la familia ni en la iglesia. Todos los
que entren en el cielo donde está Jesús tendrán en esta vida las características
que constituyen un cielo aquí abajo. Benditos y benéficos son los rayos de luz
del Sol de Justicia que están ahora derramándose -luminosos y curativos- sobre
todo el que abre las ventanas del alma hacia el Cielo.
Hay muchos que,
aunque profesan ser cristianos, estropearían el cielo si fueran trasladados con
el espíritu y el carácter que ahora poseen. Sus vidas están llenas de
mundanalidad; sus temperamentos no están santificados; albergan prejuicios que
nunca deberían existir; son totalmente humanos. Una atmósfera tan diferente del
carácter de Cristo ha rodeado al alma, que no podrían disfrutar el cambio de la
tierra al cielo.
Este mundo es nuestra escuela, donde hemos de ser
probados y examinados para ver si nos convertimos en mayordomos de la gracia de
Jesús. El poder de ésta ha de obrar en los hijos de desobediencia hasta que
Cristo mismo, la esperanza de gloria, se forme dentro. Antes que podamos ver el
cielo deberemos revelar que estamos convertidos, que hemos nacido de nuevo.
¿Comenzaremos ahora a esforzarnos como humildes aprendices de Jesucristo? ¡Oh,
cuán infinitos son su amor y gracia! ¡Cuán superior a todo precio es el amor que
El mostró por el hombre caído! Cristo, porque nos ama, mantiene elevada la
norma, y tomará nuestras inclinaciones y las hará semejantes a las suyas. . .
Por medio de la fe todos pueden recibir mucho si abren hacia lo alto las
ventanas del alma para dejar que el Sol de Justicia brille en ella, y cierran
sus ventanas a la tierra, a las nieblas y miasmas de la atmósfera terrenal. . .
Hemos de aceptar los métodos y las obras de Dios, no importa por medio de quién
los envíe. Hemos de seguir humildemente en la senda del Señor.
La manera
de testificar al mundo que somos seguidores de Cristo es manifestar amor
desinteresado los unos por los otros, no procurando la supremacía. . .
Oh, que el Señor impresione a su pueblo de tal manera que pueda
contemplar su gloria y exclamar: ¡He visto al Rey, al Señor de los Ejércitos!
(Manuscrito 31, 1903, "Acerca de la firma de contratos").