"Está
bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre
diez ciudades." Luc. 19:17.
Si nuestro temperamento activo nos lleva a
acumular una gran cantidad de trabajo que no tenemos la fortaleza ni la gracia
de Cristo para realizar inteligentemente, con orden y exactitud, todo lo que
emprendemos revela imperfección, y el trabajo está estropeado constantemente.
Dios no es glorificado por buena que sea la motivación. . .
El Señor nos
manda que prestemos atención a sus palabras. El servicio cuidadosamente
realizado es de valor a la vista de Dios aunque sea fácilmente pasado por alto
por los ojos humanos; sin embargo, es indispensable en este mundo. Dios desea
obreros inteligentes, que realicen su tarea no apresurada sino cuidadosa y
concienzudamente, conservando siempre la humildad de Jesús. Los que cumplen con
solicitud y esmero las obligaciones mayores, deberían también dedicar atención y
preocupación por las más pequeñas, manifestando precisión y diligencia.
Oh, cuánto trabajo se hace con descuido, cuántos asuntos pendientes
quedan sin resolver por el constante afán de emprender obras mayores. Hacen caso
omiso de la labor que se relaciona con el servicio de Dios porque aceptan tanto
trabajo que nada se lleva a cabo minuciosamente. Pero cada tarea pasa por el
escrutinio del Juez de toda la tierra. Los deberes menores relacionados con el
servicio del Maestro cobran importancia porque es el servicio de Cristo.
Deberían tomar precauciones contra el egoísmo y la autoestima, pues son sus
enemigos más acérrimos. Pero cuán fácilmente encuentra el yo oportunidades de
mostrarse, cómo se regocija Satanás con esas exhibiciones y qué apenados y
avergonzados están los ángeles de Dios por la insensatez del hombre. Cuán
diferente de Cristo; qué contraste con el ejemplo que El nos dio en su propia
vida. Cuán lejos de sus requerimientos de crucificar el yo con sus pasiones y
concupiscencias. . . No sólo hemos de ser partícipes con Cristo en sus
sufrimientos y sacrificios, sino que hemos de imitarlo en las pequeñas
crucifixiones diarias del yo, y en la negación de las inclinaciones personales.
¿Qué sentiremos cuando estemos en pie sobre el mar de vidrio?
¿Recordaremos nuestra impaciencia aquí? Estaremos en las colinas eternas del
paraíso y entenderemos los acontecimientos de nuestra vida pasada y veremos
cuántas pruebas innecesarias tuvimos que sobrellevar porque pensábamos que Dios
dependía de nosotros para hacer todo. Dios nos ayude a ver nuestra pequeñez y su
grandeza. El prohibe que tengamos ideas exaltadas de nuestra propia grandeza y
que ensalcemos el yo. Magnitud de experiencia no es medida de valía. Dios tiene
normas muy diferentes a las humanas. Si entendiéramos cuánto valemos para Dios,
veríamos valía donde suponíamos que había insignificancia, e insignificancia
donde suponíamos que había grandeza (Carta 48, del 24 de agosto de 1886,
dirigida "A los estimados hermanos dedicados a la obra en Nimes, [Francia]").
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