"Amados,
no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa
extraña os aconteciese." 1 Ped. 4: 12.
Nuestra experiencia diaria con
Cristo debería ser del más alto valor para nosotros. Tenemos que desempeñar un
papel individual en su servicio. Nuestro bendito Salvador nos ha dado. . .
preciosas promesas para nuestro aliento. El desea que sepamos que está vigilando
sobre nosotros, y que nos hará saber qué espera que hagamos. Si el enemigo viene
a nosotros en la mañana, o durante el día, y nos trae molestias, recordemos
estas valiosas promesas y no permitamos que nos irriten. Recordemos que somos
representantes de Cristo y que no debemos, ni en palabras ni en hechos,
ofendemos unos a otros.
¿Piensan ustedes que no surgirá ninguna
tribulación? Ciertamente habrá pruebas. Si no las hubiera, podrían regocijarse
de que no hay demonio alguno capaz de tentarlos. Pero tendrán tentaciones hasta
el mismo fin del tiempo. Por consiguiente, es menester que se mantengan en
estrecho compañerismo con Cristo. Sus ángeles están encargados de custodiarlos.
Han sido designados como los guardianes de ustedes. Si alguien dice algo con la
intención de provocarlos, recuerden que en ese momento el silencio es
elocuencia. No respondan como para desquitarse. Es mejor no decir nada que
hablar imprudentemente. Tendremos nuestras batallas que pelear, aunque el
carácter de estas luchas podrá variar según nuestra disposición y experiencia.
Regocijémonos de que Jesucristo haya hecho posible que nos aferremos de
la Divinidad. Cuando nos sintamos excesivamente afligidos, recordemos que hay un
ángel celestial a nuestro lado. Este pensamiento nos ayudará a honrar a Cristo,
el que posibilitó que seamos hijos e hijas de Dios. A menos que estemos
constantemente en guardia seremos tomados desprevenidos, y hablaremos
precipitadamente. Puede entonces resultar imposible para nosotros quitar la
impresión de las mentes de aquellos a quienes hemos hablado, pues algunos no
desean deshacerse de tales impresiones. Parece que se deleitaran en albergar lo
malo. No les demos ocasión alguna para ofenderse, cuidando nuestras palabras
para que estén en armonía con las instrucciones que el Salvador nos ha
proporcionado.
A medida que entremos en contacto con temperamentos
variados, encontraremos indudablemente grandes motivos para expresarnos con
dureza. Pero recuerden en esos momentos que el silencio es elocuencia. Si se
abstienen de tomar represalias cuando otros los provoquen, los sorprenderán. Y,
si reiteradamente conservan la dignidad ante la provocación, comprenderán que
están relacionados con el poder que viene de lo alto. Este proceder honra a
Dios, quien dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El crea no se
pierda, mas tenga vida eterna ( Manuscrito 55, del 16 de agosto de 1909,
"Enseñanzas del Sermón del Monte", discurso dado en un culto matutino en el
Sanatorio de Madison, Wisconsin).
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