"Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo
y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve." Mal. 3: 18.
Ahora debe ejercitarse constantemente una fe poderosa. Un poder que
despierte debe revelarse en cada creyente. No debemos actuar más como pecadores,
sino que como cristianos deberíamos estar revelando una fe viva y salvadora.
Esta fe viva en Cristo Jesús producirá frutos. Habrá una santa y firme entrega a
Dios. Obrando con la vista puesta únicamente en su gloria seremos guardados en
medio de los peligros de los últimos días.
¿Qué ha sostenido a los
cristianos de todos los tiempos, en medio de los reproches, las tentaciones y
los sufrimientos? Una fe pura y confiada, ejercitada permanentemente para
comprender cuál es la verdad que santifica al receptor, y encargar la custodia
del alma a Dios bajo cualquiera y toda circunstancia, como a Alguien que ellos
sabían no traicionaría su confianza. Nuestro Creador guardará aquel día a quien
se someta a El.
Cristo, por medio de su sacrificio para salvar a los
pecadores, dio evidencias de su gran amor por el alma humana. Entregó su vida
para asegurar nuestra salvación. Cómo insultan muchos al Salvador, engañados por
las tentaciones de Satanás, al abusar de sus privilegios, al negarse a reconocer
su amoroso interés en ellos. No obstante, El, su Creador y Redentor, tolera con
paciencia el persistente menosprecio de sus misericordias. Como este asunto se
presenta cada día con insistencia a mi mente, estoy tan asombrada que no puedo
conservar mi paz. Anhelo llegar a los pecadores y clamar: "Volveos, volveos de
vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?" (Eze. 33: 11).
Cristo con su propia sangre compró a toda la familia humana. Somos su
posesión adquirida por precio. Desea que los que declaran creer en El reciban su
poder, para que en esta generación maligna y perversa puedan ser hijos de Dios,
y para que puedan revelar -a un mundo fascinado y corrompido por Satanás- que
Dios es amor y que existe una diferencia clara y notoria entre el que sirve a
Dios y el que [no] le sirve. El Señor conoce a los suyos. . .
La línea
divisoria entre el que sirve a Dios y el que no le sirve se está haciendo más y
más marcada. Así es como el Señor se propone que sea. Una fe enérgica y viviente
distingue al pueblo de Dios de los pecadores, quienes por rechazar a Cristo dan
continuamente al mundo un testimonio palpable: "No permitiré que ese hombre
Cristo Jesús me gobierne. No comeré ni beberé para la gloria de Dios, sino que
seguiré mis inclinaciones, comiendo y bebiendo como me plazca. No llevaré el
yugo de Cristo; no aprenderé sus enseñanzas de mansedumbre y humildad de
corazón; haré mi voluntad y viviré en este mundo una vida de placeres" ( Carta
131, del 18 de agosto de 1902, dirigida a Emma White).
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