"Ninguna
palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la
necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes." Efe. 4: 29.
Siento profundamente que debemos hacer todo lo que nos sea posible para
educar a la gente a fin de que sean cristianos de la Biblia. No sólo debemos
mostrar en nuestro carácter la mansedumbre y humildad de Cristo, sino instruir a
la gente que profesa la verdad presente de modo que no esté satisfecha con el
hecho de poseer una fe nominal en la verdad presente, sino introducir esa fe en
su carácter como un poder santificador. . .
La consagración es algo muy
sencillo. Cuando por la práctica se la introduzca diariamente en nuestra vida
individual, conoceremos mucho más por consagración que por confiar en una
experiencia. Cada día, cada hora, dejen que el corazón se eleve hacia Dios:
"Heme aquí Señor, soy tu propiedad; tómame y úsame hoy. Pongo todos mis planes a
tus pies; no haré mi propia voluntad. Mi tiempo y mi vida entera son tuyos".
Esté el corazón constantemente buscando a Dios por fortaleza y gracia.
Ni una sola palabra perversa escape de nuestros labios porque ellos y
nuestra voz pertenecen al Señor y deben ser consagrados a El y a su servicio, y
no deben deshonrarlo. Los ha comprado y yo no debo decir nada que lo ofenda. Mis
oídos deben estar cerrados a la maldad. Así, día a día, debemos consagramos a
Dios. Los oídos no deben corromperse escuchando chismes que los murmuradores
querrán hacernos oír. No sólo haría que ellos pequen al permitirles hablar de
los defectos de otros, sino que yo también pecaría al escucharlos. Puedo evitar
mucha habladuría maliciosa si mis oídos han sido consagrados al Señor. Antes que
se haga daño puedo decir: "Oremos". Entonces pidamos a Dios que ilumine nuestras
mentes para comprender, tanto nuestra verdadera relación mutua, como nuestra
verdadera relación hacia Dios.
Abramos nuestros corazones a Jesús con
toda la sencillez con que un niño contaría a sus padres terrenales sus
perplejidades y preocupaciones. Consagrémonos a Dios diariamente; entonces
nuestra vida de servicio al Señor no correrá peligro. Queremos que la gratitud
llene nuestra vida, palabras y obras.
Cada palabra, cada pensamiento de
queja al que nos entregamos, es un reproche a Dios, una deshonra a su nombre.
Queremos que nuestros corazones armonicen con su alabanza, que rebosen de
gratitud, que hablen de su amor, que sean enternecidos y subyugados por la
gracia de Cristo, y estén pletóricos de dulzura, paz y fragancia. Seremos
pacientes, amables, bondadosos, compasivos y corteses aun cuando tratemos con
quienes son desagradables. Oh, cuántas bendiciones preciosas perdemos porque
tenemos el yo en tan alta estima y valoramos tan poco a los demás. . .
No debemos desmerecernos a nosotros mismos y subestimar las capacidades
que Dios nos concede. Tampoco deberíamos sobreestimar nuestra propia importancia
y confiar en nuestra capacidad humana (Carta 7a, del 11 de agosto de 1886,
dirigida a un matrimonio que trabajaba en Inglaterra).
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