"Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas." Mat. 11: 29.
Los que al final sean recibidos en el cielo como miembros de la familia
real, deben aquí entregarse a sí mismos en cuerpo, alma y espíritu al servicio
de Aquel que pagó el precio de su redención. Todo lo que tenemos y somos
pertenece al Señor. "No sois vuestros", declara el apóstol; "porque habéis sido
comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios" (1 Cor. 6: 19,20). . .
¿Te has
consagrado totalmente al Señor? ¿Puede El usarte como un vaso para honra? ¿Estás
realizando tu parte fielmente en su causa? A cada hombre le ha asignado Dios su
tarea. Espera que cada creyente coopere con El en la obra de salvar almas.
Cuando su causa sufre por falta de recursos, ¿cómo puede alguien poner precio a
sus servidos, negándose a tomar su cruz diariamente y a practicar la abnegación
por Cristo?
El cumplimiento de la promesa de que seremos coherederos con
el Señor radica en nuestra disposición a negarnos a nosotros mismos. Cuando
Cristo tome posesión de su reino, serán los que en esta tierra lo siguieron con
renunciamiento y sacrificio los que recibirán la recompensa de la vida eterna.
El llamado de Cristo al sacrificio y a una entrega sin reservas
significa la crucifixión del yo. Para obedecer este llamado debemos tener una fe
incondicional en El como Ejemplo perfecto, y una clara comprensión de que hemos
de representarlo ante el mundo. Quienes trabajen para Cristo han de hacerlo a la
manera de El. Han de vivir su vida. Su invitación a una entrega incondicional ha
de ser suprema para ellos. No han de permitir que vínculo o interés terrenal
alguno les impida rendirle el homenaje de sus corazones y el servido de sus
vidas. Perseverante e incansablemente han de trabajar con Dios para salvar las
almas que perecen del poder del tentador.
Los que están así relacionados
con Cristo aprenden constantemente de El, al pasar por las etapas sucesivas de
progreso en la experiencia cristiana. Se les presentan dificultades y
perplejidades para que puedan conocer más perfectamente la voluntad y el camino
de Cristo. Pero oran y creen, y por la práctica su fe aumenta.
"Llevad
mi yugo sobre vosotros", dijo Cristo, mientras con una naturaleza humana vivió y
trabajó en esta tierra. Constantemente cargó el yugo de la sumisión, haciendo
frente a las dificultades que los seres humanos deben enfrentar, soportando las
pruebas que ellos deben soportar. El enemigo nos atacará permanentemente como lo
atacó a Cristo, induciéndonos a grandes tentaciones. Pero hay una vía de escape
para cada uno (Manuscrito 88, del 9 de agosto de 1903, "No te canses de hacer el
bien").
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