"El que
dice que permanece en él, debe andar como él anduvo." 1 Juan 2: 6.
El
gran Misionero médico fue un maravilloso sanador. Realizó los milagros más
convincentes. El es el Camino, la Verdad y la Vida. Habló sólo la verdad.
Continuamente brotaban de sus labios preciosas palabras que infunden fortaleza
espiritual a quienes las hacen parte de la vida diaria. Espiritualmente somos
edificados por el alimento que damos a la mente.
Es nuestro honor
recibir el pan de vida del gran Misionero médico que vino a dar vida al mundo.
La verdad, sencilla, purificadora, ennoblecedora, brotó de su corazón. Pronunció
palabras de sabiduría divina que harán a los hombres sabios para la salvación.
Su corazón ardía constantemente con el amor que lo trajo del cielo a nuestro
mundo. Su bondad y su poder lo capacitaron para revelar en su vida la verdad que
vino a proclamar en esta tierra a la raza caída. En cada palabra, en cada
actitud, manifestó el amor de Dios alentando y fortaleciendo a los abatidos y
afligidos. En su sabiduría divina afirmó su verdadera majestad sometiendo todas
las cosas a la felicidad presente y futura de los seres humanos. Vino a enseñar
a hombres y mujeres cómo vivir aquí abajo, la vida de la cual El les dio un
ejemplo, la vida que los hará idóneos para entrar en las mansiones de gloria.
Puede decirse que en su pecho la misericordia tuvo su palacio. Escuche
sus palabras de compasión, pronunciadas para aliviar al enfermo de pecado: "Tus
pecados te son perdonados" (Mat. 9: 2). . . Trajo sanidad al alma y al cuerpo.
En su vida se entrelazan el amor, la piedad, la compasión, el gozo del cielo.
Miles fueron sanados por su palabra: "Quiero, sé sano". Por su palabra, su
gloria fue tan claramente revelada que los demonios estaban afligidos, y cuando
se los obligaba a dejar de atormentar a los seres humanos confesaban que Cristo
era el Unigénito de Dios.
Cristo realizó esta obra para mostrar a los
hombres que El era el tabernáculo del testimonio; que la Palabra había sido
hecha carne. En el campamento humano, entre los descarriados y pecadores, Cristo
hincó su tienda. Habitó junto al pobre y al humilde, aunque era el Rey de
gloria. Hizo que todos nos familiaricemos con su carácter para que podamos ser
partícipes de la naturaleza divina, y así llegar a ser uno con El en fe y obras.
Declara: "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre" (Mat 11: 27). "Todo
lo que tiene el Padre es mío" (Juan 16: 15). "Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra" (Mat. 28: 18). ¡Por qué se hizo esta maravillosa
transferencia sino para que Cristo pudiera ser el Redentor del mundo, el
Salvador encarnado!. . . Mientras el excelso Maestro estuvo en la tierra, dio su
vida entera para enseñamos a trabajar como fervientes y consagrados misioneros
de Dios (Carta 281, del 3 de agosto de 1904, dirigida al Dr. W. H. Riley).
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