"Porque ninguno de vosotros vive para sí, y ninguno muere para sí."
Rom. 14: 7.
Los seres humanos están constantemente tentados a considerar
que cualquier influencia que hayan obtenido es el resultado de algo valioso que
hay en ellos mismos. El Señor no obra con ellos, puesto que no dará a ningún ser
humano la gloria que pertenece a su nombre. Dios pondrá a cada uno bajo su
supervisión para que reconozca que al Señor pertenece toda la gloria de su
éxito. Si hacen esto, crecerán en conocimiento y sabiduría. . .
Si el
obrero humano anda en total humildad de pensamiento, mirando a Dios, confiando
en El, obrando su propia salvación con temor y temblor, el Señor cooperará con
él. Concederá su sabiduría, su poder divino a cada uno que esté empeñado en su
servicio. Hace de su siervo humilde y confiado su representante; el que no se
ensalzará a sí mismo ni se tendrá en más elevado concepto del que deba. La vida
del tal estará dedicada a Dios como un sacrificio vivo, y El aceptará esa vida,
la usará y la sostendrá. . .
Nuestra vida no nos pertenece. Es de
Cristo. Todo es suyo, y nosotros hemos de emplear nuestras facultades en hacer
la voluntad de Dios. Vele y ore, use y sea usado en hacer la voluntad de Dios de
todo corazón. Lleve cada talento que le ha sido encomendado, como un tesoro
sagrado, para ser empleado en impartir a otros el conocimiento y la gracia
recibidos. Así satisfará el propósito por el cual Dios se lo dio. . .
Nehemías, después de ganar una influencia tan grande sobre el monarca
[persa] en cuya corte vivió, y sobre su pueblo en Jerusalén, en vez de adjudicar
la alabanza a sus propios y excelentes rasgos de carácter y a su notable aptitud
y energía, presentó el asunto simplemente como era. Declaró que su éxito se
debía a que la competente mano de Dios descansaba sobre él. Tenía en estima la
verdad de que Dios era su salvaguarda en toda posición de influencia. Por cada
rasgo de su carácter, gracias al cual obtenía favor, alababa el poder activo de
Dios. . . y El le daba sabiduría porque no se exaltaba a sí mismo. El Señor le
enseñó a usar los dones que le habían sido confiados para que de ellos obtuviera
el mejor provecho y, bajo la supervisión divina, estos talentos ganaron otros.
Cada pizca de influencia ha de ser apreciada como un don de Dios. El ojo
de la mente ha de estar fijo sólo en la gloria del Señor. Entonces el sentido de
la responsabilidad aumentará. Nuestros talentos serán dados a los banqueros para
que sean incrementados y se dupliquen. Hay cientos de hombres y mujeres,
quienes, si tuvieran una adecuada apreciación del encargo celestial, irían
diligente y fervientemente a trabajar para utilizar lo que poseen ( Carta 83,
del 17 de agosto de 1898, enviada a un ministro, dirigente en Australia).
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