"Caminó,
pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios." Gén. 5: 24.
Dios tenía una iglesia cuando Adán, Eva y Abel recibieron con gozo las
buenas nuevas de que Jesús era su Redentor. Comprendieron tan plenamente
entonces como nosotros ahora, la promesa de la presencia del Señor en medio de
ellos. Dondequiera que Enoc se encontraba con uno o dos que estuvieran deseosos
de oír el mensaje que tenía para ellos, Jesús se les unía en su adoración. En
los días de Enoc había algunos, entre los inicuos habitantes, de la tierra, que
creían. El Señor, sin embargo, nunca dejó a sus pocos fieles sin su presencia,
ni al mundo sin un testigo.
Enoc fue un maestro público de la verdad en
la época en que vivió. Enseñó la verdad; vivió la verdad; y el carácter del
instructor que caminó con Dios estuvo en todo sentido en armonía con la grandeza
y la santidad de su misión. Enoc fue un profeta que habló a medida que era
impulsado por el Espíritu Santo. Fue una luz en medio de la tinieblas morales,
un hombre ejemplar, un ser humano que anduvo con Dios, que fue obediente a su
ley, aquella ley que Satanás rehusó obedecer, que Adán transgredió, que Abel
obedeció y por cuya obediencia fue asesinado. Y ahora Dios demostraría al
universo la falsedad de la acusación del enemigo de que el hombre no puede
guardar la ley divina. Demostraría que aunque el hombre había pecado podría
relacionarse con Dios de tal manera que poseería la mente y el espíritu del
Señor, y sería un símbolo representativo de Cristo. Este hombre santo fue el
elegido de Dios para denunciar la iniquidad del mundo y para dar testimonio de
que es posible para el hombre guardar toda la ley de Dios.
Dondequiera
haya piedad genuina, habrá moralidad pura. ¡Qué poco se dice de Enoc, un hombre
que caminó con Dios, un ser al cual el Señor no permitió que cayera bajo el
imperio de la muerte! ¡Cuán breve es su biografía!. . . "Caminó pues, Enoc con
Dios, y desapareció, porque le llevó Dios". Cuánto se expresa en estas pocas
palabras. . .
Enoc no solo meditó, oró, y se colocó la armadura de la
vigilancia, sino que de implorar a Dios pasó a suplicar a sus semejantes. No
enmascaró la verdad para ganarse la estima de los incrédulos, descuidando así
sus almas. Esta estrecha relación con Dios le dio valor para realizar las obras
del Señor. Caminó con El y "tuvo testimonio de haber agradado a Dios". Este es
el privilegio de todo creyente hoy. El hombre habita con Dios y Dios establece
su morada con el hombre. "Yo en ellos, y tú en mí", dijo Jesús. Andar con Dios y
tener las pruebas de que sus caminos agradan al Señor no es una experiencia
limitada a Enoc, Elías, los patriarcas, profetas, apóstoles y mártires. No es
sólo el privilegio sino también el deber de todo seguidor de Cristo guardar a
Jesús en el corazón y llevarlo en su vida. Y ciertamente ellos serán árboles que
darán abundantes frutos (Manuscrito 43, del 2 de agosto de 1900, "El profeta
Enoc").
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