"Y todos
daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia
que salían de su boca." Luc. 4: 22.
Esta mañana mi corazón fue atraído a
Dios en un ferviente anhelo del alma por la conducción del Espíritu Santo. ¿Qué
palabras puedo expresar que sean apreciadas y comprendidas? Cuando Cristo estuvo
en nuestro mundo, dijo a los escribas y fariseos: "¿Por qué no entendéis mis
palabras y las valoráis?" Estaban permanentemente dando su propia interpretación
a las sencillas verdades que brotaban de sus labios. . .
Con claridad y
poder pronunció las palabras que llegarían hasta nuestro tiempo como un tesoro
de bondad. ¡Qué preciosas eran y cuán llenas de ánimo! De sus labios divinos
fluyeron con plenitud y copiosa seguridad las bendiciones que mostraron que El
era la fuente de toda benignidad, y que era prerrogativa suya bendecir e
impresionar las mentes de todos los presentes. Se dedicó a su jurisdicción
singular, sagrada, y los tesoros de la eternidad estuvieron a sus órdenes. En
cuanto a disponer de ellos, no conoció límites. No fue ningún robo para El
actuar en el cargo de Dios. Con sus bendiciones alcanzó a los que habían de
integrar su reino en este mundo. Trajo toda bendición esencial para el gozo y la
felicidad de cada alma, y ante aquella vasta muchedumbre presentó las riquezas
de la gracia del Cielo, los tesoros acumulados del Padre eterno. . .
En
ciertas ocasiones Cristo habló con tal autoridad que hacía llegar sus palabras
con fuerza irresistible, con un sentido abrumador de la grandeza del que
hablaba, y los agentes humanos se reducían a la nada en comparación con quien se
hallaba ante ellos. Se sentían profundamente conmovidos. Sus mentes eran
impresionadas con la realidad de que El estaba repitiendo la orden dada desde la
gloria más excelsa. En tanto convocaba al mundo para que lo escuchara, ellos
permanecían fascinados y embelesados, y el convencimiento penetraba en sus
mentes. Cada palabra ocupaba su lugar, y los oyentes creían y recibían las
palabras que no podían resistir. Cada sentencia que pronunciaba era, para los
oyentes, la vida de Dios. Dio pruebas de que era la Luz del mundo y la Autoridad
de la iglesia, y reclamó la preeminencia sobre todo.
"Y aquel Verbo fue
hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y
clamó diciendo: Este es de quién yo decía: El que viene después de mí, es antes
de mí; porque era primero que yo" (Juan 1: 14, 15). Sí, existió antes que Juan.
Oculto en la columna de nube de día y en la columna de fuego en la noche, guió a
los hijos de Israel a través del desierto. "Porque de su plenitud tomamos todos,
y gracia sobre gracia" (Juan 1: 16) (Manuscrito 115, del 10 de agosto de 1905,
"Un Salvador divino").
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