La
confesión no produce perdón
Primera
Parte
¿Qué harían Uds. si tuviesen solamente cinco
minutos de vida, y lo supiesen? Si Uds. supiesen que solamente les quedan cinco
minutos de vida, ¿qué harían?
Yo creo que puedo predecir lo que harían.
En primer lugar, confesarían todos sus pecados a
Dios; y en segundo lugar le pedirían más tiempo de vida, porque cinco minutos
no son suficientes, ¿verdad? Ahora, no digo esto porque creo que Uds. sean un
grupo de cristianos no muy buenos. No, no lo digo por eso. Al contrario, lo
digo porque sé que Uds. son cristianos concienzudos, que están deseando vivir
de acuerdo a la voluntad de Dios; y ninguno quisiera encontrarse con la muerte,
sin haber confesado todos sus pecados a Dios. ¿No es así?
Ahora, cuando pensamos de esta manera, estamos
presuponiendo dos cosas:
En primer lugar, presuponemos que entre un acto
pecaminoso y la confesión de ese pecado, estamos perdidos.
La segunda suposición, es que la confesión de
nuestros pecados nos asegura el perdón de ellos. En otras palabras, si muero
sin confesar mis pecados, estoy perdido; pero si los confieso, me son
perdonados. ¿Correcto? ¿Sí o no? Siento decirles que ninguna de las dos
suposiciones es correcta; las dos son falsas; están completamente equivocadas.
¿Le sorprende?
En primer lugar, el hecho de que un cristiano
peque, no significa que está perdido. No significa que ha sido rechazado por
Dios.
Voy a leer una cita del libro Obreros Evangélicos,
página 277:
“Si en nuestra ignorancia damos pasos en falso, y
erramos, Cristo no nos abandona”.
Leamos ahora el libro Camino a Cristo, en la página
64: “Aún si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados ni abandonados
por Dios”.
Si no somos desechados ni abandonados, eso quiere
decir que pertenecemos a El, que somos salvos aún si somos vencidos por el
enemigo. El Señor Jesús es el que nos dice en Su Palabra, en el libro de
Hebreos 13:5
“No te desampararé, nunca te dejaré” .
Noten Uds. lo que dice el Señor Jesús: no te
desampararé, nunca te dejaré. El Discurso Maestro de Jesús, página 100:
“Cristo nunca abandonará el alma por la cual murió.
Ella puede dejarlo a El, y ser vencida por la tentación, pero nunca puede
apartarse Cristo de uno a quien compró con Su propia vida”.
Noten Uds. lo que dice, ella puede abandonarlo y
dejarlo a El. Pero Cristo nunca abandona a aquel a quien El compró por Su
propia vida.
Es obvio, por lo tanto, que hemos hecho algunas
suposiciones erróneas acerca del pecado imperdonable.
Algunos piensan, que Dios puede llegar a cansarse
de nosotros. Creen que Dios se enoja con nosotros, y después de aguantar tanto,
siempre cometiendo los mismos pecados, y pidiendo perdón por lo mismo, que
finalmente Dios se cansa, y nos abandona. Algunos piensan que el pecado
imperdonable es cuando Dios finalmente ya deja de interceder por nosotros,
porque seguimos en lo mismo, tanto, que finalmente Dios dice: ya basta, no vale
la pena. Siempre está pidiendo por el mismo pecado, y vuelve y cae en lo mismo.
Eso, piensan algunos, que es el pecado imperdonable. Nada podría estar más
lejos de lo que enseña la Escritura, que esa falsa suposición. Dios jamás nos
abandona. Cuando Pedro le preguntó al Señor Jesús, cuántas veces debo perdonar
a mi hermano, hasta siete? No se estaba refiriendo a siete veces en toda la
vida que debo perdonar a mi hermano.
El Talmud decía que cuando alguien comete el mismo
error, hasta siete veces se lo puede perdonar. Por eso Pedro le dijo, Señor,
cuántas veces debo perdonar a mi hermano ? Y Cristo le dijo: No siete, sino
setenta veces siete. El mismo error. ¿Creen Uds. que Dios nos va a pedir algo
que El mismo no está dispuesto hacer? Dios nunca nos abandona. Cuando un
cristiano peca, eso no quiere decir que es rechazado por Dios, o que se pierde.
Y vamos a hablar más de esto.
La segunda suposición errónea es que la confesión
de nuestros pecados nos consigue el perdón de ellos. En otras palabras, si yo
confieso mis pecados, éstos me son perdonados; pero si no los confieso,
entonces no pueden ser perdonados.
Noten esta cita del Discurso Maestro de Jesucristo,
en la página 97:
“No debemos pensar que, a menos que confiesen su
culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón nosotros para no perdonarlos”.
¿Cómo fue eso? “No debemos pensar que, a menos que
confiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón nosotros para no
perdonarlos. Sin duda, es el deber de ellos humillar sus corazones por el
arrepentimiento y la confesión. Pero nosotros hemos de tener un espíritu
compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no sus faltas,
hemos de perdonarlos. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar de
continuo en los agravios que hemos sufrido, ni compadecernos de nosotros mismos.
Así como esperamos que Dios nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a
todos los que nos han hecho mal”.
Ahora, ¿podemos imaginarnos a Dios demandándonos
perdonar a otros, confiesen ellos sus faltas o no, si El mismo no estuviese
dispuesto a hacer lo mismo por nosotros? Si El quiere que yo perdone a mi
hermano antes que él me pida perdón; y aún si no me pide perdón, que yo lo
perdone. ¿No hará El lo mismo con nosotros?
Uds. se preguntarán: ¿Qué está diciendo este
predicador?
¿Recuerdan Uds. al ladrón en la cruz, que le pidió
a Cristo: acuérdate de mí cuando estés en tu Reino?
¿Cuántos pecados confesó el ladrón en la cruz?
¿Cuáles?
Claro, si hubiese vivido más tiempo, sin lugar a
dudas hubiese confesado todos sus pecados. Pero el caso es que no vivió más
tiempo; y no hay registro alguno en la Biblia, de que haya confesado sus
pecados en forma específica. Sin embargo, fue perdonado, y estará en el paraíso
como Cristo le prometió.
Y ¿qué del hijo pródigo? De aquel que se fue lejos
de su padre y despilfarró su herencia. Cuando se dio cuenta de su condición,
decide volver a su padre. Y allá se aprende de memoria la confesión que le va a
decir a su padre. Dice, cuando lo vea le diré: padre he pecado contra el cielo
y contra ti; no soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como uno de tus
jornaleros. Acéptame de vuelta señor. Sin embargo, cuando se acerca a su padre,
dice Lucas 15, que el padre lo vio de lejos, y corrió a abalanzarse a sus
brazos. Y el hijo comienza a repetir la confesión que se había aprendido de
memoria para decirle a su padre; y ahí encontramos nosotros en la Biblia una de
las interrupciones más hermosas de toda la Biblia. El padre no le deja terminar
la confesión.
Antes que el joven termine su estudiada confesión,
el padre lo abraza y lo recibe con gozo. ¿Por qué no le permitió terminar la
confesión? Ah, porque el padre lo había perdonado mucho antes de que el joven
pensase en regresar. El padre lo había perdonado desde el mismo momento que él
pecó en contra de su padre. Y la prueba está, que dice la Escritura, que lo
estaba esperando. Palabras de Vida del Gran Maestro, dice: todos los días salía
a la puerta mirando el camino para ver si regresaría su hijo. Ya lo había
perdonado. O ¿van a decirme Uds. que lo perdonó cuando el joven le confesó su
falta? ¿Cuándo lo perdonó?
Estos dos casos, y otros más registrados en las
Escrituras, me llevan a mí a concluir que el perdón no depende de nuestra
propia confesión.
Sinceramente, creo que debemos re-estudiar este
asunto del perdón de los pecados. Y en segundo lugar, debemos comprender mejor
lo que significa la confesión. En primer lugar, hoy estudiaremos nuestro
concepto del perdón de los pecados. Y en un tema sub-siguiente, estudiaremos
más a fondo el verdadero significado, el motivo correcto de la confesión.
Veamos, pues, el perdón de los pecados. Hay tres
cosas fundamentales que yo quiero dejar en claro, con respecto al perdón de los
pecados.
La primera. El perdón ya fue provisto por Cristo.
Lo repito, el perdón ya fue provisto por Cristo, sin que nosotros lo hayamos
pedido, o hayamos hecho nada para conseguirlo.
Saben Uds. que es muy fácil pensar, que son
nuestras confesiones la base por la cual somos perdonados. Es muy fácil decir,
yo confieso mis pecados y porque yo me arrepiento y confieso mis pecados,
Cristo me perdona. Pero el perdón de nuestros pecados, queridos hermanos, no
está basado en nuestra confesión. No está basado en nuestra oración. El perdón
de nuestros pecados está basado en la oración de Cristo. En la que El oró
cuando estaba siendo crucificado.
¿Se recuerdan Uds. de la oración que hizo el Señor
Jesús? Se encuentra registrada en Lucas 23:34. Mientras estaban crucificando al
Hijo de Dios, Jesús decía: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”.
Es la respuesta a esta oración, lo que trae como
resultado el perdón de nuestros pecados. No la respuesta a mi oración.
Noten Uds. lo que dice El Deseado de Todas la
Gentes:
“La oración de Cristo por sus enemigos, ´Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen´, abarca al mundo entero”.
No estaba orando solamente por los que lo estaban
crucificando. Dice que esa oración incluía al mundo entero. “Abarca a todo
pecador que hubiera vivido desde el principio del mundo, o llegase a vivir
hasta el fin del mundo”.
¿A quién incluye la oración de Cristo? A todos.
Contéstenme Uds.: ¿Creen que Dios respondió la oración de Cristo, o no la
respondió? Ya lo creo que la respondió. El Calvario es la prueba de ello.
Dios respondió la oración del Señor Jesús,
perdonando a todos los pecadores, como dice la cita. Todo pecador que hubiese
vivido desde el comienzo del mundo, hasta el fin del tiempo, ya ha sido
perdonado por la oración de Cristo. Si mis pecados son perdonados hoy día, es
como respuesta a la oración de Jesús. Y esa oración te incluye a ti, y me
incluye a mí también. Ahora, el hecho de que la oración ya haya sido
contestada, no quiere decir que todos acepten el perdón que ya ha sido dado. Y
este es nuestro primer punto.
El perdón ya ha sido concedido. Ya estamos
perdonados en Cristo. Sin embargo, para que ese perdón se haga efectivo en
nuestra vida, tenemos que hacer algo. Y ese será el segundo punto.
Pero déjenme repetir el primero una vez más. El
perdón no está basado en nuestras oraciones. Está basado en la oración de
Cristo. Aún más, el perdón es un acto consumado para toda la raza humana. Sin
tener en cuenta, en absoluto, la reacción del hombre al respecto. Noten lo que
estoy diciendo. Toda la raza humana ya ha sido perdonada por Dios. Este es un
acto completo, terminado, concluido, absoluto. La reconciliación se efectuó
independientemente de respuesta alguna de nuestra parte. Aún más, este era un
asunto que envolvía mucho más que el perdón de los pecados, mucho más que la
salvación de la raza humana. ¿Qué cosa estaba en juego? La vindicación del
carácter de Dios ante todo el universo.
El perdón de los pecados, la reconciliación de Dios
con la raza humana, fueron hechas no solamente en favor del hombre, sino
también para vindicar el carácter de Dios frente a las acusaciones de Satanás;
para manifestar y revelar el verdadero carácter de Dios. Y esto, Dios lo
resolvió, lo dejó acabado sin que yo tuviese nada que ver al respecto. El
hombre no tiene nada que ver en esto.
El apóstol Pablo nos dice claramente en Rom. 5:8 = “Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros”. Y en el versículo 10 dice: “Pues si siendo
enemigos, fuimos reconciliados con Dios, por la muerte de Su Hijo”.
Siendo enemigos fuimos reconciliados. Y la
reconciliación incluye el perdón, por medio de la muerte de Su Hijo.
Así que el perdón no tiene nada que ver con lo que
yo hago hoy en día. No tiene nada que ver con mis oraciones, ni con mis
confesiones. Y Uds. dicen: Entonces ¿para qué es la confesión? Ya les dije,
vamos a estudiar qué es la confesión. Pero no pensemos hermanos, que Dios nos
perdona porque yo le estoy confesando los pecados, porque yo le estoy pidiendo
perdón. El mismo dice en Isa. 43:25 =
“Yo soy el que borro tus rebeliones y no me
acordaré más de tus pecados”.
Sí, Dios perdona y borra las rebeliones, pero ¿por
qué las borra? La razón que El da, dice: “Yo soy el que borro tus
rebeliones por amor a mi mismo”.
Lo que está en juego es el carácter de Dios ante el
universo. Si El puede perdonar mis pecados hoy en día, es porque ya el pecado
fue cancelado, pagado, por lo que Cristo hizo. Y por amor a Cristo, Dios puede
perdonarme. Yo no sé cómo enfatizar más este punto en la mente de cada uno. No
importa que yo le confiese mis pecados a Dios un millón de veces. Si Cristo no
hubiese muerto para pagar esos pecados, de nada serviría mi confesión. No
podría ser perdonado. Aunque me arrepintiese y rasgase mis vestiduras, y me
vistiese en saco y ceniza, y le pidiese a Dios llorando en lágrimas que me
perdonase, si Cristo no hubiese muerto en la cruz, Dios no me podría perdonar.
Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado.
Vamos al segundo punto ahora. Creo que quedó claro
el primero, ¿verdad?
Segundo punto. El perdón debe ser aceptado
individualmente antes que produzca nuestra salvación. Aunque todos estamos
perdonados, yo tengo que aceptar el perdón que Dios me da, para que esto sea
efectivo en mi vida. Noten esta cita: “La justificación es un perdón completo y
absoluto del pecado. En el momento en que el pecador acepta a Cristo por la fe,
en ese mismo momento es perdonado. La justicia de Cristo le es imputada y no
debe dudar ni un momento más la gracia perdonadora de Dios”. Para que el perdón
tenga eficacia en mi vida, necesito aceptarlo. Necesito aceptar que Cristo
murió por mí. Aceptar que El ya me perdonó. ¿Saben por que? Porque la libertad
de conciencia es de suma importancia en los planes de Dios. Dios le dio al
hombre el libre albedrío. Dios no puede obligarnos a aceptar el perdón. ¿Es
Dios Todopoderoso, Sí o no? S í .
¿Hay algo que Dios, siendo Todopoderoso, no puede
hacer? Sí, también. ¿Qué es lo que Dios no puede hacer, aunque todo lo puede
hacer, porque Todopoderoso quiere decir poder hacerlo todo?
Dios no puede salvar a una sola alma en contra de
la voluntad de esa alma. Dios no puede salvar a nadie por la fuerza. Dios no
puede perdonar a nadie que no quiera ser perdonado. Aún cuando ya hemos sido
perdonados por Dios. Aún cuando ya estamos reconciliados. Yo tengo que aceptar
el perdón en forma individual, para que a través de esa aceptación reciba la
salvación.
Permítanme ilustrar este hecho, con una historia
que apareció en el periódico Arlington Time del 26-08-1854. Les voy a leer la
historia directamente como fue tomada del periódico, para no perder ninguno de
sus detalles. Quizás la tendré que resumir un poquito. Un joven que vivía en
una pequeña ciudad de California, en cierta oportunidad, bajo los efectos del
alcohol, en medio de un juego de naipes, perdió el juicio, y tomando el
revólver disparó contra su mejor amigo causándole la muerte. Fue apresado,
juzgado, declarado culpable y sentenciado a la pena capital: la muerte en la
silla eléctrica. Como nunca antes había cometido un hecho tal, y por el buen
testimonio de quienes lo conocían, sus amigos y familiares levantaron una
petición, pidiendo su indulto. Parecía que todo el mundo quería firmarla. Aún
la esposa del amigo muerto, firmó la petición, reconociendo que fue un hecho sin
intención, lamentable. La voz se corrió por otros pueblos y ciudades, y antes
de mucho comenzaron a llegar cartas de todas partes del Estado al Gobernador.
Cuando el Gobernador, impresionado por la cantidad de cartas y firmas, estudió
el caso, conmovido, decidió perdonar al joven y extenderle el indulto. Y así,
con el perdón por escrito en su bolsillo, se dirigió personalmente a la
prisión, para entregarle él mismo el perdón. Al acercarse a la celda, en la
sección de los que esperaban la pena capital, el joven de nuestra historia lo
vio venir, y confundiéndolo por su apariencia con un ministro (venía con un
traje negro), le gritó: Váyase, no quiero verlo. Ya tuve bastante religión en
mi casa, desde chico. Pero, interrumpió el Gobernador, espere un momento joven;
tengo algo para Ud.; permítame hablarle. Mire, exclamó enojado el joven, ya han
venido siete de su clase a hablarme. Mejor es que se vaya por Ud. mismo. No
necesito hablar con nadie más. Se va por favor. Pero joven, insistió el
Gobernador, yo tengo buenas nuevas para Ud.; las mejores noticias; permítame
decírselas. Ya le dije que no quiero escuchar nada. Váyase, o llamo al guardia.
El Gobernador se dio vuelta con el corazón
apesadumbrado, y se fue por donde vino. Por lo que veo has recibido la visita
del Gobernador, le dijo el guardia. ¿Que? ¿Ese hombre que parecía un pastor era
el Gobernador? No solo eso, le dijo el guardia, traía en su bolsillo tu carta
de perdón, tu indulto; pero tu, ni le dejaste hablar. Oh, Dios mío, por favor,
dijo el joven, tráigame papel y lápiz. Y sentándose rápidamente escribió:
Apreciado Señor Gobernador, le debo mis más sentidas disculpas. Fue una
tremenda confusión, etc., etc...
Cuando el Gobernador recibió la carta, dándola
vuelta, escribió en la parte de atrás: No más interesado en este caso.
Cuando llegó el día en que el joven debía cumplir
su sentencia, antes de pasarlo a la silla eléctrica le preguntaron, como es la
costumbre, ¿hay algo que Ud. desea decir? Sí, respondió el joven. Estaban
presentes sus familiares, sus amigos, todos los que habían firmado esa petición
pidiendo su indulto. Una gran muchedumbre se había reunido en el patio de la
cárcel. Quiero decirles a todos mis amigos y seres queridos, a todos los
ciudadanos de este Estado y del país, que hoy no muero por mi crimen. No muero
por ser asesino. De eso ya fui perdonado. El Gobernador ya me había perdonado.
Podría vivir y ser libre. Si muero hoy, continuó, es porque no quise aceptar el
perdón.
Queridos hermanos que me escuchan, nadie,
absolutamente nadie se perderá por los pecados que haya cometido. De esos
pecados ya hemos sido perdonados. Cristo mismo escribió con Su propia sangre el
indulto de nuestros pecados. Ya está escrito. Si alguno de los que están
escuchándome, se pierde, se quema en el día del juicio final, no será por ser
pecador. No será por ninguno de los pecados que Ud. haya cometido. Si tú y yo
nos perdemos, será simplemente porque no quisimos aceptar el perdón provisto.
Y vamos ahora al tercer punto. Lo que hemos visto
hasta aquí, es fácil de entender y aceptar. Repasemos; primero, el perdón fue
provisto por Cristo sin que nosotros lo hayamos pedido o hubiésemos hecho nada
para conseguirlo. Y para que este perdón sea efectivo en mi vida, en segundo
lugar tengo que aceptarlo individualmente. En palabras teológicas, el hombre es
justificado por la fe sin las obras de la ley. En palabras claras y directas,
nuestras obras, sean buenas o malas, no tienen relación directa con nuestra
salvación. Hasta allí, es fácil de aceptar, ¿verdad? ¿Todos están de acuerdo
que para que el perdón sea efectivo en mi vida, yo tengo que aceptarlo? Porque
el tercer punto es un poquito más controversial. Y aquí viene el problema. El
perdón, cuando es aceptado, llega a ser un estado permanente para el cristiano.
En otras palabras, vive siempre perdonado. Aún antes que confiese sus pecados a
través de la oración de confesión, ya está perdonado. Es más, si muere sin
tener tiempo de confesar sus pecados, no se pierde porque al estar en Cristo ya
está perdonado.
Les dije que los primeros dos los iban a aceptar
fácil, pero el tercero es un poquito más difícil de aceptar. Sin embargo, es
tan importante, que le vamos a dedicar un estudio completo a este tercer punto.
Eso será en el próximo estudio. Aún antes que tú confieses tus pecados, ya
estás perdonado. Claro, las preguntas inmediatamente surgen.
Entonces ¿para qué sirve la confesión, si Dios me
perdona sin que yo confiese? ya estoy perdonado; entonces no hace falta la
confesión. Esto lo contestaré en el próximo tema.
Mientras tanto, podemos estar seguros de nuestra
salvación, aquí, hoy y ahora. El hecho, de que si somos o no pecadores, no
determina si me salvo o me pierdo. Lo que Dios se fija es si tengo o no tengo a
Cristo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios,
no tiene la vida eterna. ¿Qué tengo que hacer, pues, para tener la seguridad de
mi salvación? Primero, creer. Comprender el significado del sacrificio de
Cristo. Leo: “El Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe; que no ignoren
la gran salvación que les es tan abundantemente ofrecida. No han de mirar hacia
adelante, pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra en su
favor; porque la obra ya ha sido completada”.
“No hay ningún pecado que pueda cometer el hombre
para el cual no se haya hecho provisión en el Calvario”.
Saben, hablamos de alcanzar la salvación, de
conseguir la salvación. Déjenme decirles lisa y llanamente, no está en nuestro
poder alcanzar la salvación, obtener la vida eterna. Pero no tenemos que hacerlo.
Eso ya fue obtenido por Dios. Independiente de la actividad humana. Tiene que
quedar claro. Si no lo captas, nada de lo que yo diga en esta serie, va a tener
significado alguno. Tiene que quedar claro este punto.
En segundo lugar tienes que aceptar el perdón
provisto.
“El pecador que perece puede decir: no necesito
permanecer un solo momento más sin ser salvado. El murió y resucitó para mi
justificación, y me salvará ahora mismo. Acepto el perdón que ha prometido”.
Mensajes Selectos tomo 1 es eso. “El venir a Cristo no requiere un tremendo
esfuerzo mental y agonía. Es simplemente aceptar las bases de la salvación que
Dios ha dejado bien claras en Su Palabra”. Review and Herald.
Esa cita es fácil querido amigo. Es tan simple que
parece increíble. Todo lo que tienes que hacer es decir: Señor, quiero ser
salvo. ¡Sálvame! Eso es todo. No hay nada más. Te acepto. Te quiero a Ti mi
Señor como mi Salvador. No hay una angustia dolorosa, una lucha por obtener la
salvación. No! Este asunto de luchar por obtener la salvación me deja a mí con
sentimientos encontrados. ¿Es la vida del cristiano una lucha? ¿Si o no? El
decir que la vida del cristiano no es una lucha, sería engañarnos. Pero ¿una
lucha sobre qué? ¿Para obtener la salvación? No! ¡Mil veces no! ¿Y qué me dices
tú de la lucha cristiana? Si, hay batallas que tenemos que librar. Las batallas
contra el yo. Esas sí. Pero un cristiano inseguro de su salvación, no! Tendrás
que luchar, tendrás que batallar y pelear duramente. Pero nunca lo tienes que
hacer con incertidumbre. Eso es justamente lo que te da fuerzas para luchar y
salir victorioso. Perteneces a Dios. Puedes tener esa confianza. Si has
aceptado al Señor Jesucristo como tú Salvador, entonces eres salvo. Puedes
decirlo ahora mismo sin miedo alguno.
Y el tercer punto, confiar. Si mantenemos nuestra
vista fija en el Salvador, y confiamos en Su poder, nos sentiremos llenos de
tremenda seguridad, porque la justicia de Cristo será nuestra propia justicia.
La inseguridad trae como resultado el desánimo.
Y termino, leyéndote una cita del libro El Camino a
Cristo. El diablo quiere que tú no estés seguro de tu salvación. Es más, esta
es una de las tentaciones más tremendas que vendrán al pueblo de Dios en el
tiempo del fin. Hacerles dudar de su salvación. Dice El Camino a Cristo, en la
página 71:
“No nos dejemos engañar por las maquinaciones de
Satanás. Con demasiada frecuencia logra que muchos, realmente concienzudos y
deseosos de vivir para Dios, se detengan en sus propios defectos y debilidades;
y separándolos así de Cristo espera obtener la victoria. No debemos hacer de
nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor
acerca de si seremos salvos o no”.
El diablo quiere que pensemos en nuestros defectos,
dice aquí, y debilidades, para que esto nos dé miedo sobre nuestra salvación.
Soy tan malo; me equivoco; voy a perder mi salvación. Cuando hace eso, logra
desviar la mente de la fuente de nuestra fortaleza, de Cristo Jesús.
Encomendemos a Dios la custodia de nuestra
salvación, y confiemos en El. Desterremos toda duda sobre si seremos o no
salvos. Disipemos nuestros temores. Reposemos en Dios. El puede guardar lo que
le hemos confiado. Si nos ponemos en Sus manos, nos hará más que vencedores,
por medio de Aquel que nos amó. Creer, aceptar y confiar. ¿Puedes estar seguro
de tu salvación? Sin lugar a dudas. Claro que sí. Sal feliz, agradeciéndole
porque El te ha redimido. Amén.
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