FUERZA Para Amar
por: Alejando Bullon
Conocer a Jesús es Todo
Capitulo 3
Conocer a Jesús es Todo
Capitulo 3
¿Tendrías el coraje de no amarlo? P apá,
¿por qué debo amar a Jesús? -me preguntó cierto día uno de mis hijos.
Tratando de encontrar una respuesta que satisficiera la curiosidad del
niño, lo miré directamente a los ojos y le pregunté:
-¿Tú quieres a papá?
-Claro que sí -respondió.
-Pero, ¿pensaste alguna vez por qué quieres a papá?
Sus ojitos se movieron de un lado al otro con una rapidez
extraordinaria, y con una sonrisa iluminándole el rostro, dijo:
-Porque tú me quieres a mi.
¿Entendiste, amigo mío? El amor tiene el extraño poder de cautivar. El
amor engendra amor. Nadie resiste al magnetismo del amor, y una de las grandes
verdades bíblicas es que Cristo nos amó de tal manera que lo mínimo que podemos
hacer es amarlo también. Pero, ¿por qué el ser humano no consigue amar a Dios?
¿Sabes lo que sucede? A veces, es porque no entendemos lo que él hizo por
nosotros. Constantemente decimos que él murió en la cruz para salvarnos, pero
me temo que no entendemos plenamente lo que eso signffica. Hemos oído tantas
veces esa frase desde niños, que es posible que nos hayamos familiarizado tanto
con ella al punto de perder su verdadero significado.
Hace años, en el seminario donde yo estudié, fui testigo de una hermosa
historia de amor. Uno de los jóvenes más feos del seminario se casó con una de
las señoritas más bonitas. Ella era una de las jóvenes que habían llegado aquel
año por primera vez. Los muchachos más apuestos, más hermosos, inteligentes y
comunicativos fueron desfilando, uno a uno, intentando conquistarla, sin éxito.
Un día un colega me buscó, y me dijo:
-Estoy con problemas.
-¿Cuál es tu problema?
-Estoy enamorado.
-!Felicitaciones! Eso es fabuloso, eso no es un problema.
-Espera un minuto -dijo él-, es que me estoy refiriendo a aquella
chiquilla.
Se me cortó la sonrisa, y murmuré:
-Bueno, ahí sí, eso es ciertamente un problema. Tú sabes que los
muchachos más apuestos y seductores del colegio no consiguieron nada. ¿Te
parece que ella te va a mirar a ti?
-Lo sé -dijo el muchacho, triste-, lo sé muy bien, pero, ¿qué puedo
hacer si la amo?
Los meses fueron pasando, y el amor fue creciendo en silencio dentro
del corazón de aquel Joven.
A mitad del año escolar, de repente corrieron rumores de que ella
abandonaría el colegio porque no podía pagar las mensualidades.
Nuestro amigo se presentó al gerente del colegio y se ofreció para pagar
las cuentas de la joven con el dinero que él había ganado vendiendo libros.
Naturalmente, eso significaba para él la pérdida de un año de estudios.
El gerente trató de disuadirlo. Pero no lo consiguió. "El dinero
es mío, y yo quiero pagar las cuentas de ella. Y, por favor, no quisiera que
ella llegara a saber quién es el que pagó".
Así que fue él quien tuvo que abandonar el colegio aquel año para
vender más libros y continuar estudiando al año siguiente.
Algunos meses más tarde me escribió una carta conmovedora. "Dices
que no vale la pena el sacrificio que estoy haciendo, que ella nunca me mirará.
Lo que tú no sabes es que yo la amo y no puedo permitir que ella pierda un año
de estudios. Yo la amo. No importa si ella nunca llega a mirarme. Yo me siento
feliz haciendo esto por ella".
Al año siguiente regresó al colegio. Su amor estaba más maduro. Tenía
certeza de lo que sentía, y un día se armó de coraje y le habló. Le abrió el
corazón, y le declaró sus sentimientos. Fue un momento muy triste. Ella, no
sólo rechazó la propuesta, sino que, además, lo trató mal. Alguien buscó
entonces a la joven, y le dijo: "Oye, tienes el derecho de decir no, pero
podías haber sido más delicada con él. No necesitabas herirlo. Es verdad que es
un muchacho simple, casi insignificante, sin ningún atributo físico, sin
facilidad de palabra, pero él te ama tanto que el año pasado perdió el año de
estudios para que tú no tuvieras que abandonar el colegio; y todo eso lo hizo
sin que tú lo supieras, sin esperar nada, solamente porque te ama".
La joven quedó en estado de choque. Lloró. Le preguntó al gerente si
era verdad, y al tener la confirmación, se sintió herida y humillada.
Meses después aquel muchacho anunció a sus compañeros: "Estoy
novlando con ella".
Todo el mundo comenzó a pensar: "Es por lástima". "Es
por compasión". Pero un día ella me dijo una cosa bonita. "Al
principio, cuando descubrí lo que había hecho por mí, me sentí perturbada,
fastidiada, ofendida. Pero a medida que el tiempo pasaba, comencé a pensar con
más calma, y me pregunté a mí misma: "¿Acaso podría encontrar en este
mundo a un joven que me ame tanto, al punto de sacrificar en silencio un año de
estudios sin esperar nada, incluso sin querer que yo supiera el sacrificio que
estaba haciendo?" Entonces llegué a una conclusión:
"¿Cómo tendría el coraje de no amar a alguien que me ama
tanto?"
Esa frase merece ser puesta en un marco de oro. "¿Cómo tendría el
coraje de no amar a alguien que me ama tanto?"
El día en que comprendamos lo que realmente sucedió aquella tarde en la
cruz del Calvario, nos haremos, sin duda, la misma pregunta.
Pero, ¿qué fue lo que aconteció allí?
Vayamos con nuestros ojos al Jardín del Edén. Al crear Dios al ser
humano, le dio una orden: "De todo árbol del huerto podrás comer; mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás; porque el día que de él
comieres, ciertamente morirás". (1) Esa orden contenía el principio de la
retribución; en otras palabras, la obediencia merece vida, y la desobediencia
merece muerte. El hombre pecó. Todos nosotros pecamos y, en consecuencia,
nuestra recompensa debía ser la muerte. Teníamos que morir. "La paga del
pecado es la muerte", (2) pero sucede que el ser humano no quiere morir.
Clama, y pide perdón. "Padre, perdóname". ¿Acaso sabe él lo que está
diciendo? "Padre, yo pequé, merezco morir pero, por favor, no quiero
morir". Esta súplica del hombre le crea un conflicto a Dios, porque él es
Dios, y su palabra no cambia. Si el hombre pecó, tiene que morir, pero él ama
al ser humano, y no puede permitir que el hombre muera. ¿Qué hacer? Si hubo
pecado, tiene que haber muerte, y "sin derramamiento de sangre no se hace
remisión". (3)
El hombre no quiere morir; en ese caso, algún otro tiene que morir.
Alguien tiene que pagar el precio del pecado en lugar del ser humano. Y ahí
aparece la figura majestuosa del Hijo. El dice: "Padre, el hombre merece
la muerte porque pecó, pero antes de cumplir la sentencia quiero ir a la Tierra
como hombre y vivir con él; quiero asumir su naturaleza, experimentar sus conflictos,
sus tristezas, sus alegrías y sus tentaciones". Por eso fue que Cristo
vino a este mundo como un niño.
El no solamente parecía humano. El era un humano de verdad. Como tú y
como yo. Tuvo las mismas luchas que tienes tú y, a veces, se sintió solo e
incomprendido como tú. Experlmentó tus tentaciones, y es por eso, y no
simplemente porque es Dios, que él está más dispuesto a amarte y comprenderte
que a juzgarte y condenarte.
El Señor Jesús vivió en este mundo 33 años. La Biblia dice que
"fue tentado en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado". (4)
Ahora bien, si vivió en este mundo como hombre, y como hombre fue tentado y no
pecó, por el principio de la retribución merece la vida.
Ahora vamos a imaginar un diálogo entre Cristo y su Padre. "Padre
-dice Cristo después de haber vivido en este mundo-, yo vlví en la tierra como
un ser humano, y fui tentado en todo, pero no pequé. Como ser humano gané el
derecho a la vida. El hombre, por el contrario, pecó y merece la muerte. No
obstante, Padre, el principio de la retribución no impide que haya una
sustitución, una permuta. Siendo así, la muerte que el hombre merece, quiero
morlrla yo, y la vida que yo merezco, porque no pequé, quiero ofrecérsela a
él".
Eso fue lo que sucedió en la cruz del Calvario. Un canje de amor.
Alguien murió en nuestro lugar. Alguien murió para salvarnos.
Unos días antes de la muerte de Cristo la policía de Jerusalén prendió
a un malviviente llamado Barrabás. El delincuente fue juzgado y condenado a la
pena de muerte. Debía ser clavado en una cruz. Esta forma de muerte era una
muerte cruel. Nadie muere debido a las heridas en las manos y en los pies. La
muerte de cruz es lenta y cruel. La sangre se va acabando, gota a gota. A
veces, el malhechor quedaba clavado en la cruz durante varios días, y el sol
del día, y el frío de la noche, el hambre, la sed y la pérdida paulatina de
sangre iban acabando poco a poco con su vida.
Después del juicio y la condena, las autoridades llamaron a un
carpintero para que preparara la cruz de Barrabás. Allí estaba el delincuente,
y allí estaba su cruz. Preparada especialmente para él, con sus medidas y con
su nombre. Pero aquel día los judíos prendieron a Jesús. El también fue juzgado
y condenado. La historia cuenta que un hombre llamado Pilato, intentando
defenderlo, presentó delante del pueblo a Cristo y a Barrabás, y dijo:
-En estas fiestas tenemos la costumbre de soltar un prisionero. ¿Quién
queréis que os suelte esta vez, a Cristo
o a Barrabás?
El pueblo gritó, enfurecido:
-¡Suelta a Barrabás! ¡Crucifica a Cristo!
Me parece que si alguien entendió alguna vez en toda su plenitud el
sentido de la expresión: "Cristo murió en ml lugar", fue Barrabás.
Sencillamente, no podía creerlo. Tal vez pellizcase su piel para saber si
realmente estaba despierto. El, el malviviente, el delincuente, estaba libre. Y
aquel Jesús, manso y sin malicia, que sólo vivió sembrando amor, devolviendo la
salud a los enfermos y la vida a los muertos, estaba allí para morir en su
lugar. Yo me imagino que Barrabás pensó: "Nunca tendré palabras
suficientes para agradecerle a Cristo el haberse cruzado en mi camino. Si él no
hubiera venido, yo estaría condenado Irremediablemente".
Ya no había más tiempo para llamar al carpintero y pedirle que
preparara una nueva cruz para Cristo. Además, allí estaba una cruz vacante,
disponible, con las medidas de otro, con el nombre de otro, preparada para
otro. Y aquella tarde, mi querido joven, cuando Cristo ascendió al monte
Calvario cargando una pesada cruz -me gustaría que entendieras bien esto-,
aquella tarde triste, Jesús estaba cargando una cruz ajena, porque para él
nadie jamás preparó una cruz. ¿Sabes por qué? Simplemente porque él no merecía
una cruz. Aquella tarde Cristo estaba cargando mi cruz. Era yo quien merecía
morir, pero él me amó tanto que decidió morir en mi lugar y ofrecerme el
derecho a la vida, el derecho que él, como hombre, había conquistado.
Finalmente los hombres llegaron a la cima del monte. Depositaron la
cruz en el suelo y con enormes clavos le
atravesaron las manos y los pies. Entonces levantaron la cruz y con el
peso del cuerpo sus carnes se rasgaron. Un soldado le había colocado en la
frente una corona de espinas. La sangre le corría lentamente por el rostro.
Otro soldado lo hirió en el costado con una lanza. Allí estaba el Dios-hombre
muriendo por amor. El Sol ocultó su rostro para no ver la miseria de los
hombres; el cielo lloró en un torrente de lluvia. Hasta las aves de los cielos
y las bestias de los campos corrieron de un lado a otro, intuyendo en su irracionalidad
que alguna cosa extraña había acontecido. Sólo el hombre, la más bella e
inteligente de las criaturas, parecía ignorar que en aquel instante estaba en
juego su destino eterno.
Horas después, cuando los judíos volvieron a sus casas, allá en aquella
montaña solitaria, en medio de los ladrones, pendía agonizante el maravilloso
Jesús, entregando su vida por la humanidad.
¿Te detuviste, alguna vez, a pensar en el significado de aquel acto de
amor?
No fue un loco suicida el que murió en la cruz. No fue un
revolucionario social el que pagó allí con su vida. Era un Dios hecho hombre, y
como hombre tenía miedo de morir. Poseía el instinto de la conservación. Tenía
tanto miedo de morir que, en la noche anterior, en el Getsemaní, dijo a su
Padre:
-Padre, tengo miedo de morir. Si tuvieras otro medio de salvar al
mundo, si me quitaras esta prueba, yo te
quedaría muy agradecido.
Y yo tengo la certeza de que Dios dijo:
-Aún estás a tiempo de volverte atrás, hijo mío.
Toda la vida de la humanidad estaba en sus manos. El tenía miedo de
morir, pero su amor era mayor que el miedo, mayor que la vida. ¿Cómo abandonar
al hombre en un mundo de desesperanza y de muerte? Eso es lo que tal vez yo
nunca consiga entender. ¿Por qué me amó tanto? ¿Entiendes el significado de tu
vida? Eres lo más importante que tiene Cristo. El te ama de tal manera que, aún
teniendo miedo de la muerte, la aceptó para verte feliz. No sólo para verte
llegar a ser miembro de la iglesia, sino para verte realizado y feliz.
Volvamos ahora al razonamiento inicial. El hombre pecó y merece morir.
Pero él va a Dios, y le dice:
-Padre, perdóname. En otras palabras:
-Yo no quiero morir.
-Hijo, yo no puedo cambiar el principio. La paga del pecado es la muerte. No hay otra salida.
-Padre, perdóname, por favor, perdóname -dama el hombre en su desesperación.
El pastor H.M.S. Richards cuenta una historia de cuando era muchacho.
-Hijo, yo no puedo cambiar el principio. La paga del pecado es la muerte. No hay otra salida.
-Padre, perdóname, por favor, perdóname -dama el hombre en su desesperación.
El pastor H.M.S. Richards cuenta una historia de cuando era muchacho.
Dice que le gustaba saltar la cerca y tomar las manzanas del vecino. Un
día la madre lo llamó y, mostrándole una vara verde, le dijo: -¿Ves esta vara?
-Sí, mamá.
-Si vuelves a tomar una manzana del vecino voy a castigarte cinco veces
con esta vara, ¿entendiste?
-Sí, mamá.
-Sí, mamá.
Los días pasaron. Las manzanas estaban cada vez más rojas, y el
muchacho no consiguió resistir la tentación. Saltó la cerca y comió manzanas
hasta quedar satisfecho. Lo que no esperaba era que al volver a su casa la
madre estuviera aguardándolo con la vara verde en la mano. Tembló. Sabía lo que
iba a suceder. Casi sin pensar, suplicó:
-Mamá, perdóname.
-No, hijo -dijo la madre-, yo dije una cosa y tendré que cumplirla.
-Mamá, por favor, te prometo que nunca más volveré a hacer eso.
-No puedo hijo, tendrás que recibir el castigo.
-¡No, mamá!
-Entonces, sólo existe una solución, hijo mío.
-¿Cuál? La madre le entregó la vara, y le dijo: -Toma la vara, hijo mío. En lugar de castigarte yo a ti con esta vara, tú vas a azotarme a mí. El castigo tiene que cumplirse, porque la falta existió. Tú no quieres recibir el castigo, pero yo te amo tanto que estoy dispuesta a recibir el castigo por ti.
-No, hijo -dijo la madre-, yo dije una cosa y tendré que cumplirla.
-Mamá, por favor, te prometo que nunca más volveré a hacer eso.
-No puedo hijo, tendrás que recibir el castigo.
-¡No, mamá!
-Entonces, sólo existe una solución, hijo mío.
-¿Cuál? La madre le entregó la vara, y le dijo: -Toma la vara, hijo mío. En lugar de castigarte yo a ti con esta vara, tú vas a azotarme a mí. El castigo tiene que cumplirse, porque la falta existió. Tú no quieres recibir el castigo, pero yo te amo tanto que estoy dispuesta a recibir el castigo por ti.
"Hasta aquel momento yo había llorado con los ojos -contó
Richards-, pero entonces comencé a llorar con el corazón. ¿Cómo tendría el
coraje de golpear a mi madre por un pecado que no había cometido?"
¿Entendiste el mensaje? Eso es, exactamente, lo que sucede entre Dios y
nosotros cuando después de pecar, suplicamos perdón. El nos mira con amor, y
dice:
-Hijo mío, pecaste y mereces la muerte, pero no quieres morir. Entonces
sólo hay una solución, hijo mío.
-¿Cuál es? -preguntamos ansiosos.
-En lugar de que mueras tú por el pecado que cometiste, estoy dispuesto a sufrir la consecuencia de tu error
-responde él con voz mansa.
Richards no tuvo el coraje de castigar a su madre por una falta que él había cometido. Pero nosotros tuvimos el coraje de crucificar al Señor Jesús en la cruz del Calvario. Continuamos crucificándolo cada día con nuestras actitudes. Y él no dice nada. Como cordero es llevado al matadero y como oveja muda delante de sus trasquiladores, no abre la boca, no reclama, no exige derechos, no piensa en justicia. Solamente muere, muere lentamente, consumido por las llamas de un amor misterioso, incomprensible, infinito.
-¿Cuál es? -preguntamos ansiosos.
-En lugar de que mueras tú por el pecado que cometiste, estoy dispuesto a sufrir la consecuencia de tu error
-responde él con voz mansa.
Richards no tuvo el coraje de castigar a su madre por una falta que él había cometido. Pero nosotros tuvimos el coraje de crucificar al Señor Jesús en la cruz del Calvario. Continuamos crucificándolo cada día con nuestras actitudes. Y él no dice nada. Como cordero es llevado al matadero y como oveja muda delante de sus trasquiladores, no abre la boca, no reclama, no exige derechos, no piensa en justicia. Solamente muere, muere lentamente, consumido por las llamas de un amor misterioso, incomprensible, infinito.
No, yo nunca tendré palabras suficientes para agradecer lo que él hizo
por mí. Yo nunca podré entender la plenitud de su amor por mí. Pero, al
levantar los ojos hacia aquella montaña solitaria, y ver colgado en la cruz a
un Dios de amor, mi corazón se enternece y exclama como la joven del colegio:
"¿Cómo tendría el coraje de no amar a alguien que me ama
tanto?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario