"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por
ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y
pocos son los que la hallan." Mat. 7: 13, 14.
Hagan todo lo posible, y
las puertas se abrirán delante de ustedes. Cada momento es precioso. Hay que
convencer a las almas alejadas de Cristo para que se aferren de la esperanza del
Evangelio. . .
No debemos vivir en este mundo para complacernos. Cada
día de nuestra vida tenemos que hacer una obra austera y ferviente. Miramos por
fe las cosas invisibles, y al hacerlo perdemos de vista las pruebas y
dificultades del camino. El cielo es nuestro hogar. No podemos correr el riesgo
de perder la esperanza que hemos albergado por tanto tiempo, de ver a Jesús tal
como es, y de ser hechos semejantes a él. Espero que ustedes cuiden sus pisadas.
Vivan la vida de oración y fe, y obtengan la inmarcesible corona de gloria.
No hay otro método por medio del cual se pueda salvar ninguno de
nosotros fuera del ideado por el Redentor. Por medio de su vida terrenal nos ha
dado ilustraciones prácticas de abnegación y sacrificio, con la idea de
mostrarnos lo que quiere que seamos. "Porque he descendido del cielo" - dice
Cristo-, "no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:
38).
No podemos ser cristianos mientras vivimos para complacernos. Si
seguimos al Maestro, debemos entrar por la puerta estrecha de la abnegación.
Para muchos de los que profesan piedad, esta puerta de la abnegación es
demasiado estrecha. Quieren una senda más fácil y están tratando de ascender por
otro camino. No quieren seguir en las huellas de nuestro Redentor. A los tales
Cristo llama ladrones y robadores. Toman el nombre de cristianos, que no les
corresponde, porque no representan en su vida la vida de Cristo. Invocan los
privilegios que pertenecen a los hijos de Dios, en circunstancias que nada
tienen que ver con él. Viven vidas egoístas sobre la tierra y no hacen la obra
que debieran haber hecho en favor de la verdad y la salvación de las almas. Es
triste el destino de estas personas que se engañan a sí mismas. Nunca verán el
cielo porque no están dispuestas a participar de la vergüenza y el reproche que
Jesús sufrió por ellas ( Carta 30 , del 26 de mayo de 1874, dirigida a sus
hijos).
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