"Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo...
Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra,
santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra." 2 Tim. 2: 19, 21.
La unidad con Cristo depende de la renovación de la mente por el
Espíritu Santo. De ese modo somos fortalecidos para caminar en novedad de vida,
habiendo recibido de Cristo el perdón de nuestros pecados. Quien tenga la fe que
obra por el amor y purifica el alma, es un vaso limpio, santificado y preparado
para ser usado por el Maestro. El yo está muerto. . .
Toda desunión,
todos los pensamientos, palabras y actos egoístas, son el fruto de la obra de un
espíritu impío sobre las mentes. Bajo la influencia de este espíritu se
pronuncian palabras que no revelan al Salvador. Cristo, la esperanza de gloria,
no se forma interiormente. Los que viven de esa manera son pecadores, aunque
estén disfrazados de santos. . .
Los que reciben a Cristo son mansos y
humildes de corazón. Cristo abre en sus corazones una fuente de agua viva que
surge para vida eterna y que refrigera el alma de los demás. Las vidas de los
que se alimentan del pan de vida y beben el agua de la salvación son purificadas
por la gracia de Dios. . .
Estudiemos todos la Palabra. Nadie agobie su
alma con tantas responsabilidades que no pueda estudiar las preciosas lecciones
que Cristo ha dado. . .
La Palabra de Dios es apenas medio comprendida.
Si cada cual proclamara un ayuno para su propia alma, para estudiar la Palabra
de Dios con ferviente oración y leer sólo los libros que pudieran ayudarle a
obtener un conocimiento más claro de ella, el pueblo de Dios tendría más salud y
fortaleza espiritual, más conocimiento y comprensión espiritual de lo que ahora
manifiesta. Necesitamos buscar a Dios de manera que sea precioso para nuestras
almas. Necesitamos que sea siempre nuestro huésped y compañero para no
apartarnos nunca de él.
Es privilegio de cada alma ser una con Cristo en
Dios. Pero para lograrlo debemos ser mansos y humildes, dispuestos a aprender y
ser obedientes. ¿No formaremos parte de los que consideran su deber conseguir,
mediante la oración ferviente y la práctica de la fidelidad, la fe que obra por
el amor y purifica el alma? ( Carta 75 , del 21 de mayo de 1900, dirigida al
pastor G. A. Irwin, presidente de la Asociación General).
No hay comentarios:
Publicar un comentario