"Has dado a los que te temen bandera, que alcen por causa de la
verdad." Sal. 60: 4.
Asegúrese de que la verdad está inscripta en su
bandera en todas las ocasiones y en todos los lugares.
Todos los humanos
son seres queridos para el corazón de Dios; porque han sido comprados por
precio. Como nación, los judíos no quisieron aceptar a Cristo. Los había
conducido en sus viajes, como su invisible e infinito Guía. Les había comunicado
su voluntad, pero cuando fueron puestos a prueba, lo rechazaron a él que era su
única esperanza, su única salvación; y Dios los rechazó a ellos. "Mas a todos
los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios" (Juan 1: 12). Para todos los que aceptan y obedecen las
condiciones, los dones de Dios fluyen continuamente, sin arrepentirse por
otorgarlos y sin retaceos. Dios impartió dones al hombre para que los use, no de
acuerdo con ideas heredadas o antojadizas, no de acuerdo con impulsos o
inclinaciones naturales, sino de acuerdo con su voluntad. . .
Los que
temían a Dios debían pensar por sí mismos. No debían permitir que otros pensaran
por ellos. Sus mentes ya no debían estar encadenadas a máximas, teorías y
doctrinas erróneas. La ignorancia y el vicio, el crimen y la violencia, la
opresión que se ejerce desde las altas esferas, debían ser desenmascarados. La
Luz de la vida vino a este mundo a resplandecer en medio de la oscuridad moral.
El Evangelio debía ser proclamado entonces entre los pobres y los oprimidos. A
los humildes se les daría la oportunidad de entender cuáles son los verdaderos
requisitos que hay que llenar para entrar en el reino de Dios.
Los
instrumentos del Señor son muchos. Pero todos los que se sienten inclinados a
trabajar de acuerdo con los planes de Dios, están comprendidos en las palabras
"porque. . . vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios" (1 Cor. 3: 9).
Los siervos de Dios deben avanzar de manera que no se pierda ni uno solo de los
dones del Señor. Su voluntad debe estar completamente sometida a Dios, de manera
que cuando llegue el momento establecido por él, su vara reverdezca. Nadie sabe
exactamente qué rumbo tomará la obra, pero los siervos del Altísimo deben estar
siempre dispuestos, en condiciones de comprender los procedimientos y la
voluntad de su Jefe ( Carta 8 , del 23 de enero de 1889, dirigida al Dr. J. H.
Kellogg, director médico del Sanatorio de Battle Creek, Míchigan).
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