"No
temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te
esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi
justicia." Isa. 41: 10.
Jesucristo es el Maestro más grande del mundo.
Yo he comprobado esta bendita verdad. Me ha hecho su mensajera para comunicar
grandes verdades espirituales a miles de personas. Mediante la pluma y la voz lo
he estado haciendo durante medio siglo. ¡Cuánto anhelo presentar sus
instrucciones de tal manera que muchos sean conducidos a él! Nunca dudo de su
dirección, y sé que me sostiene el que ordenó a sus discípulos que salieran a
proclamar el mensaje del Evangelio con estas palabras: "Enseñándoles que guarden
todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28: 20).
Desde 1844 he estado
empeñada en labores públicas. El Señor siempre me fortalece. Me doy cuenta de
que recibo un poder superior que me da eficiencia física, mental y espiritual.
Tengo la completa seguridad de que Cristo me concede su gracia, y la evidencia
de que él es la Luz del mundo. Reconozco su poder. Quiero hacer por él todo lo
posible mientras viva. Deseo, con perfecta calma y confianza, encomendar a Dios
el cuidado de mi alma hasta aquel día. Cuando termine mi trabajo aquí, entonces
descansaré. El dormir en Jesús no me atemoriza. En la mañana de la resurrección
lo veré tal como él es. Alabo al Señor por el consuelo de su gracia. . .
Asegurémonos de que nuestras almas están en perfecta relación con Dios,
de modo que el Señor pueda enseñarnos, guiarnos y revelarnos su voluntad. Por
favor, consideremos estas cosas. Dediquemos mucho tiempo a orar. El Señor es
nuestro auxilio, nuestra fuerza y nuestro bastión. Si caminamos humildemente con
Dios y tememos y glorificamos su nombre, estará en nuestros pensamientos y
corazones, y llegaremos a ser semejantes a él. Examinemos diligentemente nuestro
corazón, y obtengamos la sabiduría que sólo Dios puede otorgar.
Recordemos que es peligroso dudar. Si se las alimenta, las dudas
conducen a la incredulidad. . . Todo nuestro pueblo necesita tratar ahora de
recibir el Espíritu Santo. No participemos de discusiones; por el contrario,
dejemos a un lado las disensiones y contiendas, ytratemos de contestar la
oración que aparece en el capítulo 17 de Juan. Les ruego que oren, con el
corazón, el alma y la voz ( Carta 58 , del 16 de enero de 1906, dirigida a los
Hnos. Washburn, Prescott, Daniells y Colcord).
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