"Lámpara
es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino." Sal. 119: 105.
Al
obrero de Dios no se lo deja sin un modelo que imitar. Se le ha dado un ejemplo
que, si lo sigue, hará de él un espectáculo para el mundo, los ángeles y los
hombres. Se le pide que glorifique a Dios mediante la realización de propósitos
desinteresados. El Señor comprende la naturaleza humana, y le muestra las leyes
del reino celestial, que debe honrar y obedecer. Pone la Biblia en sus manos, el
Libro guía que le mostrará la verdad, y le dirá lo que debe hacer para heredar
la vida eterna. Este Libro desvía la atención de los intereses temporales a las
realidades espirituales. Le dice al hombre que, a pesar de haber caído y pecado,
puede llegar a ser príncipe y rey en las cortes celestiales, heredero de Dios y
coheredero de Cristo.
Dios sabe cuán fuerte es la inclinación del hombre
a acumular tesoros en la tierra. Por eso, por los caminos y senderos del mundo
se escucha su voz que dice: "Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el
mundo, y perdiere su alma?" (Mar. 8: 36). "No os hagáis tesoros en la tierra,
donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino
haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla, ni el orín corrompen, y donde
ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón" (Mat. 6: 19-21).
Los mensajeros de Dios han
sido comisionados para realizar exactamente la misma obra que Cristo hizo en
esta tierra. Deben dedicarse a realizar todas las diversas formas de ministerio
que él llevó a cabo. Con fervor y sinceridad deben hablar a los hombres acerca
de las inescrutables riquezas y de los inmortales tesoros del cielo. Tienen que
estar llenos del Espíritu Santo. Deben repetir el ofrecimiento celestial de paz
y perdón. Han de señalar hacia los portales de la ciudad de Dios, y decir:"
"Bienaventurados los que lavan sus ropas [guardan sus mandamientos], para tener
derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad" (Apoc.
22: 14).
Dios espera que cada uno trabaje para él de acuerdo con sus
diversas capacidades. Las actividades del hombre no han de ser reprimidas, sino
santificadas y correctamente dirigidas ( Manuscrito 27 , del 22 de enero de
1907, "El Sanatorio de Nueva Inglaterra").
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