"Esperad en
él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es
nuestro refugio." Sal. 62: 8.
Qué privilegio es que nosotros, mortales
pecadores, tengamos la oportunidad de hablar con Dios. En nuestra habitación,
cuando caminamos por la calle, cuando estamos trabajando, nuestros corazones
pueden ascender a Dios para requerir su consejo; podemos elevar el alma a Dios
para recibir el aliento celestial. Dios escuchará todas las súplicas del alma.
Podemos llevar al Señor todos nuestros problemas. Sus manos llenas de amor
infinito se mueven para suplir nuestras necesidades. Cuán agradecida estoy
porque sólo tenemos que vivir un día a la vez. Un día para mantener nuestras
almas en el buen camino, un día para velar, un día para progresar en nuestra
vida espiritual de modo que nuestros días puedan ser fructíferos, preciosos para
nosotros.
Tenemos que llevar a cabo la tarea de un soldado, ganar
victorias, porque no debemos ignorar las artimañas de Satanás. Oremos y velemos,
no sea que Satanás aparezca de repente y nos induzca a olvidar nuestra necesidad
de hacerlo.
En la lucha cristiana, a menos que mantengamos la vista fija
en el adversario y en nosotros mismos, caeremos en la trampa de Satanás. Nuestra
seguridad depende del estado de nuestro corazón. Dios nos ayude a estar en
guardia; de lo contrario, ciertamente perderemos el cielo. El apartarnos un
poquito de lo que es correcto, las pequeñas complacencias, parecen sin
importancia en el momento, pero Satanás lo usará todo para conducirnos por un
sendero que nos separará de la justicia y de Dios. No queremos seguir nuestros
caminos sino los de Dios. Queremos luchar con todas nuestras fuerzas para
aplastar a Satanás y para estar seguros de que estamos en buenas relaciones con
Dios, para que podamos disponer de credenciales impecables que garanticen
nuestra herencia inmortal.
Tenemos que despojarnos de todo antes de
presentarnos en humilde sumisión para ser conducidos, dirigidos y dominados por
la voluntad de Dios. Necesitamos ser humildes y confiados como un niño, además,
ser mansos; no tener confianza propia sino una humilde confianza en Jesús. ¿Qué
rasgos de carácter estamos cultivando? ¿Los que perdurarán por toda la
eternidad? ¿Dedicamos nuestro tiempo a muchas actividades, pero nuestras almas
no gozan de bendición y no glorificamos a nuestro Padre celestial? ( Carta 81 ,
del 19 de enero de 1887, dirigida a Edson y Emma White).
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