Aun el
muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y recta. Prov.
20: 11.
Cuando Cristo todavía era niño, José y su madre lo encontraron
en el templo entre los doctores, mientras los escuchaba y les hacía preguntas.
Mediante sus preguntas iluminó muchísimo sus mentes. En esta visita a Jerusalén
comprendió que ciertamente era el Hijo de Dios, y que tenía ante sí una obra
especial que hacer.
Cuando su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has
hecho así? He aquí tu padre y yo te hemos buscado con angustia" , él respondió:
"¿Por qué me buscabais?" Entonces, mientras la luz de la divinidad iluminaba su
rostro, añadió solemnemente: "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar?" (Luc. 2: 48, 49). Y aunque después de regresar a Nazaret
estuvo sometido a sus padres, no perdió la noción de su obra futura, es a saber,
que debía trabajar para salvar a los perdidos. Sabía que debía vigilar fielmente
cada una de sus facultades, para que Satanás no obtuviera la menor ventaja.
En todos sus actos debía ser el Hijo de Dios, para poder morar entre los
hombres como representante del Padre. Su obra consistía en lograr que los demás
también fueran hijos de Dios, y no debía perder ninguna oportunidad de
introducir la levadura en la masa, para que otros jóvenes, y los de edad madura,
pudieran ver que no es conveniente descuidar la oportunidad de estar
intelectualmente calificados para ser colaboradores de Dios. Debía enseñar a sus
semejantes a trabajar hasta el máximo de sus posibilidades, para llegar a ser lo
que un día hubieran querido ser.
Los hermanos de Cristo no lo
entendieron, porque no era como ellos. Trabajaba para aliviar todo sufrimiento
que veía, y siempre tenía éxito. No tenía mucho dinero para dar, pero a menudo
compartió su humilde alimento con los que creía que estaban más necesitados que
él. Sus hermanos consideraban que su influencia contrarrestaba demasiado la de
ellos; porque cuando dirigían palabras duras a las pobres almas degradadas que
se relacionaban con ellos, Cristo en cambio buscaba a esas mismas personas y les
dirigía palabras de ánimo. Y cuando en el círculo familiar no podía hacer más,
tan suave y discretamente como le era posible daba un vaso de agua fresca a los
pobres seres que estaba tratando de ayudar, y ponía su propio alimento en sus
manos ( Manuscrito 22 , del 20 de febrero de 1898, "Cristo, el gran misionero").
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