"Entonces viendo el denuedo de Pedro y Juan, y sabiendo que eran
hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían
estado con Jesús." Hech. 4: 13.
Cuando Cristo estuvo en la tierra, no
aconsejó a los pescadores que dejaran sus redes y barcas y que fueran a los
maestros judíos con el fin de obtener una preparación para el ministerio
evangélico. "Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón
llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran
pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí,
vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca
con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al
instante la barca y a su padre, le siguieron" (Mat. 4: 18-22).
Esta
rápida obediencia, que no hace preguntas, que no espera un salario, parece
extraordinaria. Pero las palabras de Cristo constituían una invitación que
implicaba realmente todo lo que él quería dar a entender. Sus palabras tenían
una influencia impelente. No contenían largas explicaciones, pero lo que decía
tenía una fuerza decisiva. . .
Cristo haría instrumentos de esos
humildes pescadores, al relacionarlos consigo mismo, para lograr que los hombres
abandonaran el servicio de Satanás y, al hacer de ellos creyentes en Cristo, les
enseñaría todo lo concerniente al reino de Dios. Al hacer esta obra llegarían a
ser sus ministros, pescadores de hombres. Habrían de ser la primicia de sus
ministros. . .
Cristo eligió lo insensato del mundo, a los que éste
consideraba indoctos e ignorantes, para confundir a los sabios. Los discípulos
no conocían las tradiciones de los rabinos, pero con el ejemplo de Cristo, su
Maestro, obtuvieron una educación de primer orden, porque tenían ante sí un
Ejemplo divino. Cristo les fue presentando las verdades más elevadas.
A
los que Dios emplea en su servicio, los prepara a su manera con el fin de que lo
sirvan. Los que predican a Cristo deben aprender de él diariamente, para
comprender el misterio de salvar y servir a las almas por las cuales él murió. .
. Deben seguir su ejemplo en todo, para compartir con otros su tierna compasión,
y su decidida oposición a toda obra mala ( Carta 53 , del 2 de febrero de 1905,
dirigida a dos destacados obreros del recientemente fundado Sanatorio de
Paradise Valley).
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