"Confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que
permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios." Hech. 14: 22.
Dios quiere
que confiemos en él y gocemos de su bondad. Cada día él despliega sus planes
ante nosotros, y debemos tener los ojos y la percepción necesarios para captar
éstas cosas. Por grande y gloriosa que sea la plena y perfecta victoria sobre el
mal que hemos de experimentar en el cielo, no todo ha de quedar para el momento
de la liberación final. Dios quiere que algo ocurra también en nuestra vida
presente. Necesitamos cultivar diariamente la fe en un Salvador actual. Al
confiar en un poder exterior y que está por encima de nosotros mismos, al
ejercer fe en un apoyo y un poder invisibles, que aguarda las demandas del
necesitado y dependiente, podemos confiar tanto en medio de las nubes como a
plena luz del sol, mientras cantamos por la liberación y el gozo de su amor que
podemos experimentar ahora mismo. La vida que ahora vivimos debe ser vivida por
fe en el Hijo de Dios.
La vida del cristiano es una extraña mezcla de
dolores y placeres, frustraciones y esperanzas, temores y confianza. Se siente
sumamente insatisfecho consigo mismo, puesto que su propio corazón se agita
tremendamente, impulsado por pasiones avasalladoras, que ceden ante el
remordimiento, el pesar y el arrepentimiento, que a su vez dan lugar a un
sentimiento de paz e íntimo regocijo, porque sabe, cuando su fe se aferra de las
promesas reveladas en la Palabra de Dios, que cuenta con el amor perdonador y la
paciencia infinita del Salvador, a quien trata de introducir en su vida y de
incorporar a su carácter.
Son estas revelaciones, estos descubrimientos
de la bondad de Dios, los que le dan humildad al alma y la inducen a clamar con
gratitud: "Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gál. 2:20). Tenemos razón
para sentirnos reconfortados. Tremendas pruebas procedentes del exterior pueden
asediar al alma donde mora Jesús. Volvamos a él para recibir el consuelo que él
ha provisto para nosotros en su Palabra. Las fuentes terrenales de esperanza y
consuelo nos podrán fallar, pero las fuentes superiores, alimentadas por el río
de Dios, están llenas y nunca se agotan. Dios quiere que usted aparte sus ojos
de la causa de su aflicción, y que los fije en el dueño de su alma, de su cuerpo
y de su espíritu. El es el amante del alma. Sabe cuánto vale. Es la vida
verdadera y nosotros somos los pámpanos. . . ( Carta 10 , del 23 de febrero de
1887, al Dr. J. H. Kellogg).
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