"Dios
resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. . . Humillaos delante del
Señor, y él os exaltará." Sant. 4: 6, 10.
Cuando Dios confía
responsabilidades a los hombres, espera que obedezcan su ley. Deben obrar con
justicia, conscientes de que el Señor ve cómo tratan a sus semejantes, y que
castigará toda acción injusta y opresora. Dios da a los hombres la oportunidad
de unirse con Cristo y con él. Los que caminan en el temor de Jehová y meditan
acerca de su carácter, cada día llegarán a ser más semejantes a Jesús. Los que
no quieran conocer a Dios, se caracterizarán por su ostentación y su jactancia.
Muchos asumen lo que les parece que es una gran dignidad. Pero son
necios a la vista del Señor. No se han contemplado en el espejo divino, y no
saben cuán ridícula es su pretensión a la vista de un Dios santo. El que es
capaz de ver lo que hay debajo de la superficie, desprecia esa suficiencia
propia. Pueden desempeñar cargos de responsabilidad en la iglesia y en el mundo,
pero mientras continúen deshonrando a su Creador, al hacer de sí mismos objetos
de adoración, lo ofenden.
Dios no se complace en castigar a los que no
le obedecen y representan mal su carácter. Pero a menos que se arrepientan,
vendrá el tiempo cuando tendrán que cosechar la segura recompensa que merece su
conducta. . .
Los que han hecho el pacto de servir a Dios deben temer,
no sea que en sus vidas no se vea el contraste que existe entre la verdad y el
error.
No deben distraerse con vanas visiones, conjeturas humanas y
alabanzas. La vida de los justos debe avergonzar a los que no quieren ofrecer su
lealtad a Dios. . . El Señor invita a su pueblo a caminar ante él con toda
humildad. Quiere que logren cada vez mayores alturas en lo que al conocimiento
espiritual se refiere. Les presenta toda clase de alicientes para que se pongan
de su parte. . .
Dios está induciendo a los hombres a humillarse. Trata
de lograr que pongan su planta en las huellas del gran Médico misionero. Pero a
menudo los que profesan tanta piedad desilusionan al Redentor y lo crucifican de
nuevo ( Carta 61 , del 1 de febrero de 1904, dirigida a "Mis hermanos que llevan
responsabilidades").
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