"Aquél,
respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti
mismo." Luc. 10: 27.
El corazón es la fortaleza del hombre, y a menos
que esté plenamente del lado del Señor, el enemigo encontrará entradas
desguarnecidas, a través de las cuales podrá tomar posesión de él. "Ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce
así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2: 12, 13). Si quieren
tener luz, deben alimentarla inteligentemente por medio del constante ejercicio
de la fe, y no deben someterse al dominio de los sentimientos. Es evidente que
la verdad ha sido implantada en el corazón mediante el Espíritu Santo, cuando se
la ama, se la alberga y se la considera un don sagrado. El amor, entonces, surge
del corazón como una fuente de agua viva que salta para vida eterna. Cuando este
amor esté en el corazón, el obrero no se cansará en la obra de Cristo.
No permitan que un solo rayo de la luz del cielo sea puesto en tela de
juicio ni que quede en duda. El Señor les ha revelado con gran poder su gracia,
su misericordia y su amor; y quien critique la obra de Dios diciendo que suscita
un entusiasmo indebido y la califique de fanatismo, ciertamente se está ubicando
en un terreno peligroso. Si esas personas no vuelven sobre sus pasos, sus
conciencias serán cada vez menos sensibles, y percibirán cada vez menos al
Espíritu de Dios. Será cada vez más difícil para ellos comprender el mensaje de
Dios. ¿Por qué? Porque están pecando contra el Espíritu Santo, y como resultado
de su resistencia, se están colocando donde no pueden reconocer al Espíritu de
Dios y, en consecuencia se oponen a todo instrumento que el Señor desee usar
para salvarlos de la ruina. "¿Qué señal nos muestras?" (Juan 2: 18), le dijeron
los judíos a Cristo cuando su vida y su carácter, sus lecciones y milagros, eran
señales permanentes de su santa misión y divinidad.
Cuando Dios obra en
los corazones de los hombres para atraerlos a Cristo, es como si un poder
compulsar descendiera sobre ellos; entonces creen, y se entregan a sí mismos a
la influencia del Espíritu de Dios. Pero si no retienen la preciosa victoria que
Dios les ha concedido; si permiten que resurjan antiguos procederes y hábitos;
si se complacen en los entretenimientos o las concupiscencias del mundo; si
descuidan la oración y dejan de resistir al mal, aceptan las tentaciones de
Satanás. . . ( Review and Herald , del 13 de febrero de 1894).
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