18 de abril
"Un
mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros." Juan 13: 34.
Hay algunos que albergan un
espíritu de envidia y de odio contra sus hermanos y a eso lo llaman Espíritu de
Dios. Hay quienes van de un lado a otro llevando chismes, acusando y condenando,
ennegreciendo el carácter y alentando la malicia en los corazones. Llevan
informes falsos a las puertas de sus vecinos y éstos, al escuchar la calumnia,
pierden el Espíritu de Dios. Ni siquiera se salva el mensajero de Dios, que
lleva la verdad al pueblo. . .
Este pecado es peor que el de Acán. Su
influencia no queda restringida a aquellos que lo albergan. Es una raíz de
amargura, por la cual muchos son contaminados. Dios no puede bendecir a la
iglesia hasta que se vea libre de este mal que corrompe las mentes, los
espíritus y las almas de los que no se arrepienten y cambian su conducta.
El que sea renovado de acuerdo con el Espíritu de Cristo amará no
solamente a Dios; amará también a sus hermanos. A los que cometen errores hay
que tratarlos en armonía con las directivas dadas en la Palabra de Dios.
"Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois
espirituales, restaurada con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo,
no sea que tú también seas tentado" (Gál. 6: 1).
Debe reprobarse el mal
en forma clara y fiel, pero el que realiza esta obra debe primero estar seguro
de que él mismo no está separado de Cristo por malas obras. Debe estar en
condiciones de restaurar al que ha errado, con espíritu de mansedumbre. A menos
que pueda hacerlo, no debiera intentar corregir o reprobar a sus hermanos,
porque originará dos males en lugar de subsanar uno.
Sean cuidadosos los
hombres acerca de cómo tratan a los que han sido comprados con la sangre de
Cristo. No olviden la oración que ofreció el Salvador justamente antes de dejar
a sus discípulos en aquella larga lucha en el jardín de Getsemaní. No olviden el
alto valor que Cristo adjudicó a los seres humanos al adquirirlos al precio de
su vida. Hay muchos que parecen estar dispuestos a herir y lastimar los
corazones de sus hermanos. ¿Están siguiendo el ejemplo que Cristo les dejó?
¿Dónde se encuentra, en el registro del trato de Cristo con los hombres, el
respaldo para mostrar tan poca longanimidad y paciencia con sus hermanos?. . .
Lo que distingue a los cristianos de los mundanos es la manifestación de
la semejanza a Cristo, la que mediante su influencia pura, limpia el corazón del
egoísmo (Manuscrito 52, del 18 de abril de 1902, "Fragmentos").
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