"Porque fuego se ha encendido en mi ira, y arderá hasta las
profundidades del Seol; devorará la tierra y sus frutos, y abrasará los
fundamentos de los montes." Deut. 32: 22.
Cada agente satánico está
trabajando ahora con un poder que proviene de las profundidades. En la Palabra,
el día de la muerte no se pone ante nosotros como la imperiosa y gran motivación
que nos compele a estar despiertos y resueltos a utilizar nuestras
oportunidades. ¿Cuál es la motivación que Dios presenta en su Palabra a todos
sus obreros?. . . "Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo"
(Sof. 1:14). Antes que llegue este último gran día hemos de proclamar el último
mensaje de misericordia a un mundo caído, para preparar a hombres y mujeres para
el segundo advenimiento del Señor.
Todo lo que el enemigo pueda inventar
para ocupar la mente y distraer la atención de este mensaje, lo hará. Pero hemos
de seguir adelante en la proclamación de la Palabra de Dios. El fin de todas las
cosas está cercano. La venida del Señor en las nubes del cielo, con poder y gran
gloria, está próxima. . .
En el día de su advenimiento se oirá la última
gran trompeta, y se producirá un terrible temblor que sacudirá la tierra y el
cielo. La tierra entera, desde los montes más encumbrados hasta las minas más
profundas, escuchará. El fuego lo penetrará todo. La atmósfera viciada será
purificada por el fuego. Habiendo cumplido el fuego su misión, los muertos que
han yacido en sus tumbas se levantarán; algunos, para resurrección de vida,
serán tomados para encontrarse con el Señor en el aire; y otros, para que
observen la venida de Aquel a quien despreciaron y al que ahora reconocen como
Juez de toda la tierra.
Las llamas no tocan a ninguno de los justos.
Pueden caminar por el fuego como Sadrac, Mesac y Abednego en medio del horno
calentado siete veces más de lo que se acostumbraba hacerlo. Los héroes hebreos
no pudieron ser consumidos porque la presencia del cuarto, el Hijo de Dios,
estaba con ellos. Por consiguiente, en el día del Señor el humo y las llamas no
tendrán poder para dañar a los justos. Los que estén unidos al Señor escaparán
ilesos. Terremotos, huracanes, fuego e inundaciones no pueden dañar a quienes
están preparados para encontrarse con su Salvador en paz. Pero quienes lo
rechazaron, azotaron y crucificaron se hallarán entre los que sean levantados de
los muertos para contemplar su venida en las nubes de los cielos, asistido por
la hueste celestial, diez mil veces diez mil y miles de miles. . .
Esta
escena me fue presentada tan plenamente como podía soportar contemplarla. Luego
se modificó, y pasaron ante mí manifestaciones de cosas que existen actualmente
(Manuscrito 159, del 4 de septiembre de 1903, "Mensaje a un dirigente médico").
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