"Por
tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante." Heb. 12: 1.
Los
embajadores de Dios deben ser un ejemplo para el mundo incrédulo y para el
rebaño del Señor, en palabras, espíritu y carácter. Deben ser uno en corazón.
Cristo oró a su Padre para que esto fuera así, y ellos han de responder esa
oración haciendo la voluntad de Dios, amándose unos a otros, valorándose
mutuamente; no deteniéndose en los desprecios ni fijándose para encontrar algo
que desaprobar.
Si están mirando a Cristo que es el Autor y Consumador
de la fe, no se considerarán a sí mismos con tanta solicitud. Estarán esperando
y atendiendo diligentemente para recibir las órdenes del Capitán de su
salvación, y no dirán como Pedro: "Señor, y ¿qué de éste?" (Juan 21: 21). No
debemos apartar nuestros ojos de Jesús. Debemos recibir constantemente el don de
su gracia, el bautismo del Espíritu Santo, o no podremos resistir la tentación
ni afirmar las cosas que aún permanecen, que están para morir. . .
Dios
ha asignado a cada hombre su tarea. Cuando El da a su siervo una obra especial
que realizar, es una lástima que lleve tantas cargas que Dios no le ha
encomendado a él sino a otros, y continúe quejándose y lamentándose.
¿Qué lengua puede expresar, que pluma trazar y revelar los
extraordinarios resultados de mirar con corazones fervientes y confiados a
Jesús, nuestro Ayudador? "Nosotros todos, mirando a cara descubierta como por un
espejo la gloria del Señor, somos transformado de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Espíritu del Señor"." (2 Cor. 3: 18). ¡Qué magnífica
victoria! Mirándole nos transformamos en un ser distinto. Consideremos lo
siguiente: nosotros contemplamos y captamos los rayos luminosos en el rostro de
Jesucristo. Recibimos tanto como podemos soportar. No nos detengamos para argüir
acerca de las circunstancias que nos rodean, pero mantengamos la mirada en
Cristo. Por medio del poder transformador del Espíritu Santo llegaremos a ser
asimilados a la imagen del Objeto bendito que contemplamos.
Nunca
murmuren ni critiquen. Contemplen a Jesús. Su imagen se graba en el alma y se
refleja en el espíritu en las palabras y en el verdadero servicio en favor de
nuestros semejantes. El gozo de Cristo colma nuestros corazones y así nuestro
gozo es completo. Esta es la verdadera religión. Asegurémonos de obtenerla y de
ser amables, corteses, de tener amor en nuestra alma. Esa clase de amor es el
que fluye con fuerza y se expresa en buenas obras. Es la luz que ha de alumbrar
al mundo y hacer que nuestro gozo sea pleno (Manuscrito 26, del 11 de septiembre
de 1889, "Un llamado a la unidad y la armonía").
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