"Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes
contra las asechanzas del diablo." Efe. 6: 11.
Tiempos tempestuosos se
agolpan delante de nosotros. La tierra está corrompida y su corrupción
aumentará. Pero ustedes pueden tener perfecta confianza en Cristo. A pesar de la
violencia, el crimen y el robo, hay un Dios que es el Rey del universo. Somos
sus hijos; no estamos sujetos a un destino caprichoso. Tenemos, sí, tienen
ustedes, al leer las palabras de aliento pronunciadas por Cristo, la sagrada
promesa que renovará las fuentes de la esperanza. Pueden regocijarse en un
Salvador viviente. Es nuestro Señor que ha resucitado. Sus promesas son para
todos los que quieran recibirlo.
Las lecciones divinas de la Palabra de
Dios nos demuestran que el hombre, en su totalidad, debe ser tratado
respetuosamente. Las facultades de la mente, las fuertes pasiones, no deben ser
aplastadas como enemigos, sino sometidas al dominio de Cristo, enjaezadas para
su servicio. Revestidos de toda la armadura, debemos combatir por la verdad y la
justicia. Todas nuestras facultades deben ser consagradas a los fines más puros.
Cristo vino a redimir a la humanidad. Está interesado en todas nuestras
acciones. Desea amoldarnos de acuerdo con la semejanza divina. No descansará
hasta que cada caso haya sido decidido. Se me ha permitido apreciar su
solicitud, y el gran amor con que nos ha amado. No tengo duda con respecto a la
dirección de su providencia en el curso de la historia de nuestra causa. Sería
tan culpable como los hijos de Israel si no aprendiera las lecciones que se
desprenden de las reprensiones que Dios les dio. La desobediencia debe ser y
será castigada a menos que los hombres y mujeres se vuelvan de sus
transgresiones y pecados y conviertan sus puntos más débiles en los más fuertes
por medio de continua vigilancia. La oscuridad se convertirá en luz por medio de
la obediencia. . .
Cristo ha dado el mensaje, lleno de las bendiciones
de su poder. Vino a redimir a la humanidad, y continuará enviando mensaje tras
mensaje para salvar a su rebaño de los engaños de Satanás. No cesará de enviar
sus mensajes hasta que el universo redimido esté en paz ( Carta 100 , del 23 de
marzo de 1906, dirigida al Hno. Stephen Belden y su esposa, ancianos obreros de
sostén propio).
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