"No con
ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos." Zac. 4: 6.
No debemos pensar que porque somos una luz
pequeñita, no necesitamos preocuparnos si resplandecemos o no. El gran valor de
nuestra luz reside en la persistencia con que resplandece en medio de las
tinieblas morales del mundo, y en hacerlo no para complacernos y glorificamos a
nosotros mismos, sino para honrar a Dios con todo lo que tenemos. Si estamos
sirviendo a Dios, y nuestra obra corresponde con las capacidades que Dios nos ha
dado, eso es todo lo que él espera de nosotros. . .
Sabemos que las
lámparas que nos alumbran no tienen luz propia. No se pueden llenar por su
propia cuenta. Por eso los santos enviados por Dios deben vaciar el dorado
aceite en los tubos de oro. Y cuando se les aplica el fuego celestial, comienzan
a arder y a resplandecer. Nuestros corazones no pueden dar luz mientras no estén
vitalmente conectados con el cielo. Sólo eso los puede hacer arder
constantemente con un amor santo y abnegado por Jesús, y por todos aquellos que
han sido adquiridos por su sangre, y a menos que estemos recibiendo
constantemente el dorado aceite, la llama se extinguirá. A menos que el amor de
Dios sea un principio permanente en nuestros corazones, nuestra luz
desaparecerá. . .
Satanás y sus ángeles confederados señalan a los que
profesan ser hijos de Dios, pero que debido a su disposición y a sus actos ponen
de manifiesto que son semejantes a los apóstatas, y se burlan de Cristo. ¿Hasta
cuándo crucificaremos de nuevo al Hijo de Dios, de manera que Dios se avergüence
de llamarnos hijos? ¿No ha llegado acaso el tiempo de que dejemos a un lado las
puerilidades?. . .
El dorado aceite que los mensajeros celestiales
vacían en los tubos de oro para llevarlos a la fuente de oro, es lo que produce
una luz permanente, brillante y resplandeciente. El amor de Dios, comunicado
continuamente al instrumento humano, hace de él una luz brillante y
resplandeciente para el Señor. Entonces puede comunicar luz y verdad a todos los
que están en las tinieblas del error y el pecado. El dorado aceite no es
producto de la habilidad humana. Es el poder invisible de los mensajeros
celestiales que están frente al trono de Dios, para ponerse en comunicación con
todos los que están en tinieblas a fin de que puedan esparcir la luz del cielo.
Este aceite dorado, símbolo del amor, fluye libremente en los corazones de los
que están unidos a Dios por la fe ( Manuscrito 27 , del 30 de marzo de 1897, "La
iglesia es el depósito de la verdad").
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