"Cada
uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios." 1 Ped. 4: 10.
Cuántos
dones de Dios han sido mal usados, porque los que los recibieron no tenían el
fervor que produce el amor de Cristo en el alma. Hay gran necesidad de que cada
cual haga lo mejor posible. Hay quienes habrían usado sabiamente los talentos
recibidos si se los hubiera dejado luchar solos y depender de sus posibilidades.
Pero llegaron a poseer bienes y perdieron el incentivo necesario para cultivar
sus talentos y hacer todo lo posible a fin de comunicar lo que tenían. La
abundancia de dinero impidió que cumplieran fielmente su mayordomía.
Todos los que pretenden ser cristianos deben administrar sabiamente los
bienes de Dios. El Señor está haciendo un inventario del dinero que les ha
prestado y de los privilegios espirituales que les ha concedido. ¿No harán
ustedes, como administradores, un cuidadoso inventario? ¿No quisieran verificar
si están empleando con economía todo lo que Dios les ha confiado o si están
malgastando en forma egoísta los bienes del Señor con propósitos de ostentación?
¡Si todo lo que se gasta sin necesidad se depositara en la tesorería del cielo!
Dios no sólo le da dinero a sus administradores. La capacidad de
impartir también es un don. ¿Qué dones del Señor están compartiendo ustedes
mediante sus palabras y su tierna simpatía? ¿Están permitiendo que su dinero
pase a las filas del enemigo para arruinar a los que quiere complacer? Por lo
tanto, repito, el conocimiento de la verdad es un talento. Hay muchas almas que
moran en las tinieblas y que podrían ser iluminadas por las fieles palabras de
ustedes. Hay corazones hambrientos de simpatía que perecen lejos de Dios. La
simpatía de ustedes los puede ayudar. . .
La primera obra de todo
cristiano consiste en escudriñar las Escrituras con ferviente oración, para
poder tener esa fe que obra por el amor y purifica el alma de todo vestigio de
egoísmo.
Si se recibe la verdad en el corazón, obra como la buena
levadura, hasta que cada facultad humana se somete a la voluntad de Dios.
Entonces, tal como el sol, no podrán dejar de resplandecer ( Manuscrito 42 , del
17 de marzo de 1898, "A cada hombre su obra").
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