"Por lo
cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados,
ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo
Jesús Señor nuestro." Rom. 8: 38, 39.
Cristo podría haberse apartado de
nosotros a causa de nuestra culpabilidad. Pero en vez de hacerlo, vino y habitó
entre nosotros, lleno de toda la plenitud de la Deidad, para ser uno con
nosotros, a fin de que por medio de su gracia pudiéramos obtener la perfección.
Deponiendo su vida, en una muerte de vergüenza y sufrimiento pagó el rescate del
hombre. ¡Qué amor abnegado! Descendió de la excelsitud, revistió su divinidad
con humanidad, y fue bajando paso a paso a las profundidades mismas de la
humillación. No hay sonda que pueda medir la profundidad de este amor.
Cristo nos mostró cuánto puede amar Dios y cuánto sufrió nuestro
Redentor para asegurar nuestra completa restauración. Desea que sus hijos
revelen su carácter y ejerzan su influencia a fin de que otras mentes puedan ser
puestas en armonía con su mente.
Cristo, nuestro Salvador, en quien
moraba la perfección absoluta, fue hecho pecado en favor de la raza caída. No
cometió falta alguna, pero llevó el terrible peso de la culpabilidad de todo el
mundo. Llegó a ser nuestra propiciación, a fin de que todos los que le
recibieran pudieran llegar a ser hijos de Dios. Se levantó la cruz para salvar
al hombre. La elevación de Cristo sobre la cruz fue el medio ideado por el cielo
para despertar en el alma arrepentida el sentido de la pecaminosidad del pecado.
Mediante la cruz, Cristo trata de atraer a todos a sí mismo. Murió como la única
esperanza de salvación para los que, por causa del pecado, estaban en la hiel de
amargura. Mediante la obra del Espíritu Santo había de introducirse un nuevo
principio de poder mental y espiritual en el hombre, para que, mediante la
asociación con la divinidad, llegara a ser uno con Dios.
Para derribar
las barreras que Satanás había levantado entre Dios y el hombre, Cristo realizó
un sacrificio pleno y completo, que reveló una abnegación sin parangón. Reveló
al mundo el espectáculo asombroso de Dios viviendo en carne humana y
sacrificándose a sí mismo para salvar al hombre caído ¡Qué amor maravilloso!
Pero al pensar en tantos que pretenden creer en la verdad y están encostrados
con egoísmo. . .
Me asombro de que quienes profesan ser cristianos no
echan mano de los recursos divinos; de que no ven con más claridad la cruz como
el medio de misericordia y perdón, el medio de poner al corazón orgulloso y
egoísta del hombre en contacto directo con el Espíritu Santo a fin de que las
riquezas de Cristo puedan ser derramadas en la mente, y el instrumento humano
sea adornado con las gracias del Espíritu y que Cristo pueda ser ensalzado en
aquellos que no lo conocen (Manuscrito 91, del 26 de junio de 1902, "El
sacrificio de Cristo por nosotros").
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