"Ocúpate
en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a
todos." 1 Tim. 4: 15.
Dios nos ha instruido acerca del gran plan de la
redención. Debiera ser para nosotros motivo de ferviente gratitud. Las promesas
de Dios nunca fallarán si velamos constantemente en oración. . .
Nuestro
conocimiento debiera proporcionar espiritualidad a la comprensión, y referido a
las Escrituras debiera ser práctico. El Señor se complace cuando los que están
conectados con El conocen su voluntad plenamente. Sus siervos deberían obtener
cada mayor conocimiento acerca de El. Debieran crecer diariamente en gracia y en
comprensión espiritual, fortalecidos con poder de acuerdo con el poder glorioso
del Señor. Deben aumentar en eficiencia espiritual, de tal forma que puedan
fortalecer al pueblo de Dios.
Dios no pide a los pecadores que entren en
su servicio con sus rasgos de carácter naturales, para fracasar ante el universo
celestial y ante el mundo. . . El espíritu duro y cruel, que juzga y condena, ha
dejado la huella del enemigo sobre todo. Pero llega la misericordia y deja su
amplia impronta sobre cada plan. El mundo debe ver principios diferentes de los
que han sido presentados hasta ahora. Cristo levantó la cruz. No llama a ningún
hombre para que fabrique pruebas y cruces para su pueblo. Presenta sus
requerimientos delante de sus hijos, y les extiende la invitación: "Venid a mí,
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga" (Mat. 11: 28-30). Llevad mi yugo, y en vuestra experiencia cotidiana
encontraréis el reposo que reciben solamente los obedientes.
Cristo
invita a todos a que acudan a El, pero cuando lo hacen deben poner a un lado sus
pecados. Todos sus vicios y locuras, todo su orgullo y mundanalidad, deben ser
dejados al pie de la cruz. El lo requiere así porque los ama y desea salvarlos;
no en sus pecados sino de sus pecados. El que acepta la verdad anhela una
transformación, y la luz le llega en rayos brillantes.
La verdad debe
ser creída y practicada, porque Cristo asevera que es la palabra del Dios
viviente. Los más brillantes rayos de luz del cielo son arrojados sobre el
sendero en el cual Dios requiere que camine su pueblo. Cuando los pecadores
aceptan a Cristo como su Salvador personal, perciben la grandeza del don que
Dios les ha dado, manifiestan al divino Dador su alabanza y gratitud.
La
recuperación de las almas que están en el pecado debe ser una bienaventurada
recompensa para los hombres y una gloria para Dios (Manuscrito 44, del 4 de
junio de 1901, "Instrucción a los creyentes").
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