"Y
muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para
vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua." Dan. 12: 2.
Es nuestro privilegio comprender las grandes responsabilidades que Dios
ha colocado sobre nosotros, de manera que no estemos en tinieblas respecto de lo
que se aproxima sobre nuestro mundo. No podemos permitirnos enfrentar ese día
sin estar preparados, sino que, cuando pensamos en el grande y solemne evento de
la venida de Cristo en las nubes de los cielos con poder y gran gloria,
debiéramos vivir delante de Dios con gran humildad, no sea que caigamos de la
gracia de Dios y seamos hallados indignos de la vida eterna. . .
Vemos
que el mundo en general no piensa en ese gran día, y muchos de sus habitantes no
tienen interés de escuchar cosa alguna en cuanto a ello. Pero tendremos que
enfrentar el registro de nuestras vidas. Debemos recordar que hay un testigo de
todas nuestras acciones. Un ojo, semejante a una llama de fuego, contempla todas
las acciones de nuestra vida. Nuestros pensamientos mismos y las intenciones y
propósitos de nuestros corazones están desnudos ante el escrutinio de Dios. Así
como los rasgos se reproducen sobre la placa pulida del artista, nuestros
caracteres están registrados en los libros del cielo.
Les preguntamos:
"¿Cómo están sus caracteres hoy a la vista de Dios? ¿Están preparando sus almas
para la gran revisión, de tal modo que puedan tener inmaculado el manto del
carácter en ese día?" No pueden permitirse ser hallados transgresores de la gran
regia moral de justicia de Dios. . .
El Dios del cielo nos dio el
intelecto y la capacidad de razonar, y desea que los usemos. Nos dio un cuerpo,
y desea que lo preservemos en perfecta salud a fin de que podamos prestarle un
servicio perfecto. El Señor Dios es un testigo siempre presente de los hechos de
maldad que se cometen entre los hijos de los hombres sobre esta tierra. ¿Cómo
contempla El a los hombres y a las mujeres por quienes pagó un precio infinito,
pero que rehúsan obedecer sus leyes?. . .
No podemos esperar hasta el
juicio para estar dispuestos a negarnos al yo y levantar la cruz. No podremos
entonces formar caracteres para el cielo. Es aquí, en esta vida, donde debemos
colocarnos al mando del humilde y abnegado Redentor. Es aquí donde debemos
vencer la envidia, la contienda, el egoísmo, el amor al dinero, el amor al
mundo. Es aquí donde debemos entrar en la escuela de Cristo y aprender del
Maestro las preciosas lecciones de mansedumbre y humildad. Y es aquí donde
debemos hacer los mayores esfuerzos para ser leales y fieles al Dios del cielo,
obedeciendo todos sus mandamientos y capacitándonos así para las mansiones que
Cristo ha ido a preparar para todos los que aman a Dios (Manuscrito 6a, del 27
de junio de 1886, "Preparación para el juicio", de un sermón predicado en
Orebro, Suecia).
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