"¿Por qué
te abates, oh, alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he
de alabarle, Salvación mía y Dios mío. "Sal. 42: 5.
Querido esposo:
Recibí tu telegrama. . . Satanás no zarandeará la cizaña, puesto que no
gana nada con ello. El zarandea el trigo. El diablo no probará, ni tentará, ni
perseguirá a aquellos de quienes él está seguro porque viven en abierta
transgresión a la ley de Dios. Procurará acosar y destruir a quienes se han
enrolado en el ejército del Señor, bajo el estandarte manchado de sangre del
Príncipe Emanuel. Los cristianos encontrarán y harán frente a muchos y severos
conflictos con el taimado enemigo, que es cruel. Los colocará en las situaciones
más difíciles y luego se regocijará de su angustia. Empero, gracias a Dios,
Jesús vive para interceder por cada uno de nosotros. Nuestra seguridad consiste
en encomendarnos a Dios y confiar por fe en los méritos del que dijo: "No te
desampararé, ni te dejaré" (Heb. 13: 5).
Me gozo en que Jesús nos
sostiene firmemente. Nuestro asidero es débil y fácil de quebrantar, pero
nuestra seguridad depende de que el Señor nos sostenga fuertemente. Me regocijo
en Jesús hoy. Esposo mío, hemos transitado durante treinta años uno al lado del
otro afrontando pruebas y aflicciones de la vida en medio de las tentaciones y
bofetadas de Satanás, cuyos dardos fueron lanzados hacia nosotros para herirnos
y destruirnos; pero Jesús ha sido nuestra defensa. Satanás ha sido rechazado. El
Espíritu del Señor ha levantado bandera en favor de nosotros contra el enemigo.
Nuestro sol está declinando pero no se pondrá en la oscuridad. Jesús siempre
vivirá para interceder por nosotros. En los últimos días de nuestra
peregrinación reposaremos en Dios y esperaremos en El. Si caminamos con el
Señor, nuestra fe brillará más y más hasta que el día sea perfecto, y al final
la recompensa de los fieles será nuestra.
A veces mi espíritu se siente
triunfante en Dios. Tengo en vista ante nosotros el eterno peso de gloria. No lo
hemos ganado nosotros. Oh, no, Jesús lo ganó para nosotros y es una dádiva
gratuita, no por alguna justicia o bondad innatas. Caminemos las pocas horas de
prueba que nos quedan, humildemente, con Dios, y hagamos con lealtad la obra que
ha encomendado a nuestras manos.
Me alegro de que estés en las viejas y
grandes montañas [de Colorado] . Mi intención es estar pronto allí. Ser atraídos
a Dios por medio de sus obras creadas es renovador e inspirador. . . Mientras
contemplamos las magníficas obras de la creación de Dios podemos caminar con El.
Podemos conversar con El. Tener a Dios como nuestro Compañero, nuestro Huésped,
será el más elevado honor que el Cielo pueda otorgarnos.
Que el Señor te
bendiga ricamente, es la oración de tu Elena (Carta 42, del 27 de julio de 1878,
dirigida a Jaime White, presidente de la Asociación General).
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