"El fin
de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque
esto es el todo del hombre." Ecle. 12: 13.
En el día cuando cada uno sea
recompensado de acuerdo con sus obras, ¿como se verán a sí mismos los
transgresores, ya que por unos momentos se les permitirá ver el registro de sus
vidas según escogieron vivirla, sin tener en cuenta la ley que a través de los
siglos regirá el universo? Verán, entonces, qué es lo que Dios deseaba que
hicieran. Se darán cuenta de que deberían haber usado los privilegios comprados
con sangre, en favor de la verdad y la justicia. Entenderán que en vez de
colocar sus talentos e influencia del lado de la rebelión, fortaleciendo así las
fuerzas del enemigo, deberían haber dedicado sus energías a ser buenos y a hacer
el bien. . .
En el día del juicio los hombres verán en qué se podrían
haber convertido por medio del poder de Cristo. Verán cómo han robado a Dios. Se
darán cuenta de que apostataron de su Creador. Verán el bien que podrían haber
hecho pero no hicieron. Se negaron categóricamente a ser mejores. Los esfuerzos
realizados en su favor fueron vanos. Conocieron las exigencias de Dios, pero se
negaron a cumplir las condiciones establecidas en su Palabra. Por su propia
elección se unieron a los demonios. El poder que les fue otorgado para que lo
usaran en el servicio de Dios, lo emplearon para servirse a sí mismos. Hicieron
del yo su dios, y rehusaron entregarse a cualquier otro control. Se engañaron a
sí mismos y se hicieron despreciables a los ojos del Altísimo.
Al
trabajar del lado del poder de las tinieblas, animaron a otros a hacer lo mismo.
Se colocaron con alma, cuerpo y espíritu de parte del enemigo, entregando como
ofrenda voluntaria en el altar de Satanás lo que deberían haber ofrecido a Dios.
. .
En el día del juicio todo esto se despliega ante los impenitentes.
Escena tras escena pasa ante ellos. Claramente, como a la luz del sol del
mediodía, todos ven lo que podrían haber tenido si hubieran cooperado con Dios
en vez de oponérsele. El cuadro no puede mortificarse. Sus casos están decididos
para siempre. Deben morir con aquellos cuyos caminos y obras siguieron.
Un rayo de luz llegará a todas las almas perdidas. Entenderán plenamente
el misterio de la piedad que despreciaron y aborrecieron durante su vida. Y los
ángeles caídos, dotados de una inteligencia superior a la del hombre, se darán
cuenta de lo que hicieron al emplear sus poderes para inducir a los seres
humanos a escoger el engaño y la falsedad. Todos los que se unieron al impostor,
los que se instruyeron en sus caminos y practicaron sus engaños, deben perecer
con él. . . El Señor Jesús los mira compasivamente y dice: "Apartaos". En este
momento se comprenderán los capítulos 3 y 4 de Zacarías (Manuscrito 37, del 8 de
julio de 1900, "Las revelaciones del juicio").
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