"No os
conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable
y perfecta." (Rom. 12: 2.)
Dios no aceptará nada menos que una entrega
total. Los cristianos profesos, fríos y pecaminosos arruinarían el cielo si e
les permitiera entrar en él. Incitarían allí a una segunda rebelión. Aquellos
que conocen la verdad y sin embargo no exaltan a su Autor, nunca ingresarán en
la ciudad de Dios. El cielo sería un purgatorio para ellos, porque no conocen
los elevados y santos principios que rigen a los miembros de la familia real de
lo alto.
Las instrucciones que Cristo ha dado son tan preciosas y tan
definidas que nadie tiene por qué dar un paso en falso. . . No pensemos que
porque nuestros pies han marchado por senderos tortuosos, todos los demás
cristianos profesos han hecho lo mismo. Aquel que en el pasado tuvo la costumbre
de criticar comience a ascender la escalera al cielo, manteniendo sus ojos fijos
en a luz que está en lo alto.
El verdadero cristiano tiene las ventanas
del alma abiertas al cielo. Vive en comunión con Cristo. Su voluntad se conforma
a la voluntad de Dios. . . ¿No nos comportaremos, en los pocos días de prueba
que nos quedan, como hombres y mujeres que procuran vivir en el reino de Dios
una eternidad de dicha?
Debemos esforzarnos fervientemente por alcanzar
el nivel puesto ante nosotros. No hemos de hacerlo como una penitencia sino como
el único medio de lograr la verdadera felicidad. El único modo de obtener paz y
gozo es mantener una relación viviente con El, quien dio su vida por nosotros,
el que murió para que pudiésemos vivir y el que vive para aunar su poder a los
esfuerzos de aquellos que en esta vida lucha por vencer.
La santidad es
un pacto constante con Dios. ¿No seremos lo que Cristo tanto desea que seamos:
cristianos de hecho y en verdad, de modo que el mundo pueda ver en nuestras
vidas una revelación del poder salvador de la verdad? Esta tierra es nuestra
escuela preparatoria, y mientras estemos aquí enfrentaremos aflicciones y
dificultades. Pero estamos seguros mientras nos ferramos al que dio su vida como
sacrificio por nosotros. . .
En la escuela preparatoria de la tierra
debemos aprender las lecciones que nos harán idóneos para ingresar en la escuela
superior, donde la educación continuará bajo la dirección personal de Cristo.
Entonces nos revelará el significado de su Palabra. No podemos permitimos perder
el privilegio de ver su rostro y oír el Evangelio de sus labios. ¿No pondremos
íntegramente nuestras almas a la obra de preparamos para ser admitidos en la
escuela superior, donde veremos a Cristo cara a cara? (Manuscrito 61, del 2 de
julio de 1903, "Entrega sin reservas").
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