"Porque
por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado." Mat 12:
37.
Todos sabemos cuánto daño puede hacer una lengua indisciplinada si
se la deja suelta. Los que se han reunido en la iglesia se han obligado a sí
mismos, por su unión a ella, a mantener fuera de su manera de ser la
conversación maliciosa. Es el deber de quienes ocupan puestos de responsabilidad
en la iglesia vigilar de cerca este asunto para cuidar que el orden y la armonía
sean preservados en ella. . .
Como iglesia deben ubicarse donde puedan
representar el carácter de Cristo ante el mundo. Deben situarse donde puedan
edificarse mutuamente en la fe más santa. Nunca han de destrozarse unos a otros,
pues estarían realizando la obra de Satanás. Día a día deben ayudarse mutuamente
a crecer hasta la perfecta estatura de hombres y mujeres en Cristo. De este modo
cierran la puerta al enemigo. El poder del habla es un gran talento para
bendecir a otros o una gran maldición para causar disensión y rivalidad.
El que vive al acecho de los defectos de éste y de aquél, está
descuidando su propia alma preciosa. Y los que permiten que alguien lleve
adelante su obra anticristiana sin reprenderlos, son responsables ante Dios de
agravio a sus hermanos.
¿Podemos esperar que la bendición del Señor
descanse sobre una iglesia cuando sus miembros están alimentando enconos entre
si.?. . . Aquellos en cuyos corazones mora Cristo mostrarán en sus vidas el
fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe. Quienes
estén dominados por el enemigo estarán llenos de envidia, contienda, malicia y
conjeturas perversas.
Si una de esas personas de quien se hablan
palabras crueles estuviera esta noche en el lecho de muerte, qué diferentes
serían as palabras que se pronunciarían de él. Cuán a menudo es este el caso:
mientras una persona está viva y podría ser bendecida por palabras amables, se
dicen cosas desagradables y amargas de él. Pero cuando su obra ha concluido y
sus manos están entrelazadas en la muerte, se lo alaba con palabras de amor y
reconocimiento. Pero éstas descienden a oídos que ya no escuchan. Se dirigen a
corazones que ya no pueden ser consolados. ¡Es demasiado tarde! Oh, si algunas
de estas palabras de amor se hubieran pronunciado en vida, cuánto mejor habría
sido. . .
Dios desea que su pueblo tenga en sus hogares toda la paz, el
gozo y el amor que es posible poseer. El amor que introduzcan en ellos será el
que introduzcan en la iglesia. Mis hermanos, mis hermanas, pueden traer la paz
del cielo al hogar y a la iglesia, si santifican a Dios el talento del habla
(Manuscrito 26, del 15 de julio de 1886, "Habladuría maliciosa", un sermón
predicado en Oslo, Noruega).
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