"Pero
en ti hay perdón, para que seas reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi
alma; en su palabra he esperado." Sal. 130: 4, 5.
Entre nosotros han
existido pecados como en el antiguo Israel, pero gracias a Dios, hemos tenido
una puerta abierta que nadie puede cerrar. Los hombres pueden decir: "Te perdonó
todos los agravios que me has hecho", y su perdón no borrará un solo pecado.
Pero la voz que resuena desde el Calvario: "Hijo mío, hija mía, tus pecados te
son perdonados", es completamente eficaz. Solamente esa palabra tiene poder y
despierta gratitud en el corazón agradecido. Tenemos un Mediador. No hay más que
un canal de perdón y ese canal está siempre abierto. Por medio de él un torrente
abundante de misericordia divina y perdón se derrama sobre nosotros. . .
Muchos han expresado su asombro de que Dios exigiera que los judíos
mataran tantas víctimas como ofrenda de sacrificio, pero El debía grabar en sus
mentes la excelsa y solemne verdad de que sin derramamiento de sangre no hay
remisión de pecados. Cada sacrificio contenía una lección, estampada en cada
ceremonia, predicada solemnemente por los sacerdotes en el servicio santo e
inculcada por Dios mismo; la gran verdad de que sólo por medio de la sangre de
Cristo hay perdón de pecados. . .
Desearía poder presentar este asunto a
nuestro pueblo exactamente como lo vi: la admirable Ofrenda hecha en favor del
hombre. La justicia exigía los sufrimientos de un hombre. Cristo, igual a Dios,
ofreció los sufrimientos de un Dios. El mismo no necesitaba expiación. Lo hizo
por el hombre, todo por el hombre. . . La intensidad de su agonía fue
proporcional a la dignidad y grandeza de su carácter. Nunca veremos ni
comprenderemos la profunda angustia de los sufrimientos del inmaculado Cordero
de Dios hasta que palpemos cuán hondo es el abismo del cual hemos sido
rescatados, qué atroz es el pecado del cual la humanidad es culpable, y por fe
nos apoderemos del perdón total y completo.
Aquí es donde miles están
fracasando. No creen realmente que Jesús los perdona individualmente. Fallan en
tomarle la palabra a Dios. El nos asegura que es fiel, que ha prometido
perdonarnos y ser justo con su propia ley. Su misericordia no carece de nada. Si
hubiera un eslabón defectuoso en la cadena, entonces estaríamos desesperadamente
perdidos en nuestros pecados... No hay ni una falla en ella, ni falta ningún
eslabón. ¡Oh, preciosa redención! ¿Por qué no introducimos esta inestimable
verdad más completamente en nuestras vidas? Cuán amplia es, que Dios por causa
de Cristo nos perdona -a mí, aun a mí- en el momento en que se lo pedimos con fe
viva, creyendo que El es totalmente capaz de hacerlo (Carta 85, del 24 de julio
de 1886, dirigida a Urías Smith, editor de la Review and Herald).
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