"Y a
aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentamos sin mancha delante
de su gloria con gran alegría." Jud. 24.
Debe realizarse una obra real
en nosotros. Permanentemente debemos rendir nuestra voluntad a la voluntad de
Dios, nuestro camino al suyo. Nuestras ideas personales lucharán constantemente
por obtener la supremacía, pero debemos hacer de Dios el todo y en todo. No
estamos libres de las flaquezas de la humanidad pero debemos esmerarnos
continuamente por liberarnos de ellas, no para ser perfectos según nuestra
propia manera de ver; sino perfectos en toda buena obra. No debemos morar en el
lado oscuro. Nuestras almas no deben descansar en sí mismas sino en Quien es
todo y en todos.
Al contemplar como en un espejo la gloria del Señor
estamos realmente siendo transformados a su misma imagen, de gloria en gloria,
como por el Espíritu del Señor. Esperamos demasiado poco y recibimos de acuerdo
con nuestra fe. No debemos aferrarnos a nuestros propios caminos, nuestros
propios planes, nuestras propias ideas; hemos de ser reformados por la
renovación de nuestras mentes para que podamos demostrar cuál es la voluntad de
Dios, agradable y perfecta. Debemos vencer los pecados que nos acosan y derrotar
los hábitos perversos. Las disposiciones y sentimientos inclinados al mal han de
ser extirpados, para dar paso a caracteres y emociones santas, engendrados en
nosotros por el Espíritu del Señor.
Esto lo enseña específicamente la
Palabra de Dios, pero el Señor no puede obrar en nosotros el querer y el hacer
su buena voluntad a menos que a cada paso crucifiquemos el yo, con sus afectos y
concupiscencias. Si tratamos de actuar a nuestro modo, fracasaremos penosamente.
. . Tenemos una gran tarea que realizar y, si somos colaboradores de Dios, los
ángeles, ministradores cooperarán con nosotros en la obra. . . Por lo tanto,
aferrémonos a este maravilloso poder por medio de una fe viva, orando y
creyendo, confiando y trabajando. Entonces Dios hará lo que sólo El puede hacer.
. .
El yo es más difícil de todo lo que tenemos que dirigir. Al
abandonar las cargas, no nos olvidemos de poner el yo a los pies de Cristo.
Entreguémonos a Jesús para ser moldeados y formados por El de modo que podamos
ser hechos vasijas de gloria. Las tentaciones, las ideas, los sentimientos, todo
debe rendirse a los pies de Cristo. Entonces el alma está preparada para
escuchar las palabras divinas de instrucción. Jesús les dará a beber del agua
que fluye del río de Dios. Bajo la apacible y suavizante influencia de su
Espíritu, su frialdad e indiferencia desaparecerán. Cristo será en ustedes un
manantial de agua que manará para vida eterna. . .
Que el poder
santificador de la verdad se exprese en sus vidas y revele en sus caracteres.
Que Cristo los moldee como se moldea la arcilla en las manos del alfarero (Carta
57, del 23 de julio de 1887, dirigida a J. H. Durland y A. A. John, obreros en
Inglaterra).
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