"Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas
y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo." Luc. 10: 27.
La
pregunta que el intérprete de la ley formuló a Cristo era de vital importancia.
Los fariseos que lo habían incitado a hacer esta pregunta esperaban que el Señor
Jesús la respondiera de tal manera que ellos encontraran algo en contra de El,
algo por lo cual pudieran acusarlo y condenarlo ante el pueblo. El dominio
propio de Cristo, la sabiduría y autoridad con la que hablaba era algo que no
podían entender.
Cuando el intérprete de la ley formuló esta pregunta,
Cristo sabía que la sugerencia provenía de sus más acérrimos enemigos, los que
estaban tendiendo una trampa para atraparlo en sus palabras. El Señor Jesús
contestó la pregunta colocando la carga sobre el intérprete de la ley, de modo
que respondiera su propia pregunta ante la multitud. "¿Qué está escrito en la
ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, Y con toda tu alma, y con toda tus fueras, y con toda tu mente; y a tu
prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás"
(Luc. 10: 26-28).
La obediencia a los mandamientos de Dios es el precio
de la vida eterna.
Hay una obra muy extensa e importante que cumplir en
la humanidad caída. Esta es la verdadera interpretación de la conversión
genuina. La ley del Señor es perfecta, que convierte el alma. La respuesta a
esta pregunta, según fue dada por el intérprete de la ley, comprende el deber
total del hombre que está buscando la vida eterna. El doctor de la ley no fue
capaz de evadir una pregunta tan directa y significativamente expresada como la
que tenía que ver con las condiciones de la vida eterna. Comprendió sus
implicancias, y la necesidad de responder a las demandas de la ley con el amor
supremo a Dios, y al prójimo como a sí mismo. Sabía que no había hecho ni una
cosa ni la otra, y la convicción de su negligencia en obedecer los primeros
cuatro mandamientos y los últimos seis, especificados claramente en las palabras
de los oráculos santos de Dios, fue grabada por el Espíritu Santo en su corazón.
Se vio a sí mismo pesado en la balanza del santuario y hallado falto. No servía
a Dios por encima de todo porque no lo había amado por encima de todo, con todo
su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente.
Decididamente carente de este requerimiento de la ley de Jehová, fracasó
indiscutiblemente en amar a su prójimo como a sí mismo.
Así, ante la
multitud, El mismo presentó en concisas palabras las condiciones del Evangelio
para que cada miembro de la familia humana, que está delante de Dios hoy,
obtenga la vida eterna. . . Estas condiciones son, invariables, sempiternas. . .
Es menester sembrar las semillas del Evangelio. De la práctica de la verdad
depende la salvación de cada alma humana (Manuscrito 45, del 26 de julio de
1900, "¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?").
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