"Porque
si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas." Mat. 6: 14, 15.
Hay algunas cosas
que deseo decirle con respecto a sus sentimientos hacia el Hno. A. Usted está en
peligro de resentirse demasiado por las supuestas injurias que él le ha
inferido. Pero, mi hermano, si él realmente lo agravió, ¿no puede darse cuenta
que quien sufrirá será él y no usted? Estoy segura que en este caso usted se
portará como un caballero cristiano, lo perdonará y no permitirá que se
manifieste ningún tipo de separación. . .
¿Quisiera recordar mi hermano
la inmensa deuda que tiene con el Señor y cuánto necesita de su perdón, su
piedad y su amor? ¿Recordará que. . . si no perdona la ofensa de su hermano,
tampoco su Padre celestial le perdonará las suyas? (Vea Mat. 6: 15.)
¿Empleará su capacidad en hacer todo lo que esté a su alcance para
reconciliarse con el Hno. A? Escríbale como a un hermano. Derribe toda barrera y
no permita que haya diferencias entre ustedes. Ámense como hermanos, sean
piadosos y corteses. Le receto el amor de Cristo para que lo tome en grandes
dosis; esto producirá un gran cambio porque tiene maravillosas propiedades
curativas.
¿No cree usted que todo el cielo lo mirará complacido si abre
su corazón al compasivo amor de Cristo? El pastor A meditará continuamente sobre
este asunto y lo mismo hará usted mientras duren estas diferencias y ambos las
cultiven. En cambio, extraigan toda raíz de amargura y sepúltenlas.
Es
posible que usted tenga opiniones erróneas con respecto a los verdaderos motivos
del pastor A. Y además usted puede pensar, decir y sentir más de lo que debería
sentir hasta llegar a entender mal a su hermano. . .
Satanás se sentirá
sumamente complacido si ustedes albergan un espíritu implacable en lugar de
unirse en armonía. En cambio Jesús, que tiene en gran estima al hombre, se
siente herido cuando ve divisiones entre los hermanos. Quisiera que todos
siguiéramos el ejemplo que Jesús nos dio en su vida, No vino a destruir la vida
de los hombres, sino a salvarlos. Usó su poder para bendecir; nunca para herir.
Sus palabras, sus acciones y su obra estaban llenas de ternura divina. Nada
podía perturbar su inmensa paciencia ni instigarlo a vengarse ( Carta 46 , del
22 de abril de 1887, dirigida al Dr. J. H. Kellogg).
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