"A estos
cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y
ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños." Dan. 1: 17.
La luz que Daniel recibió directamente de Dios fue proporcionada
específicamente para estos últimos días. La visión que vio a orillas de los ríos
Ulai y Hiddekel, los grandes ríos de Sinar, están ahora en proceso de
cumplimiento y todos los eventos preanunciados ocurrirán pronto.
Considere las circunstancias en que vivía la nación judía cuando las
profecías fueron dadas a Daniel. Los israelitas estaban en cautiverio, el templo
había sido destruido y el servicio del templo suspendido. Su religión había
estado centrada en las ceremonias del sistema de los sacrificios. Habían hecho
de la forma exterior lo más importante, al mismo tiempo que habían perdido el
espíritu de la verdadera adoración. Sus servicios estaban corrompidos con las
tradiciones y prácticas del paganismo; y al cumplir los ritos de sacrificios no
miraban más allá de la sombra de la realidad. No discernían a Cristo, la
verdadera ofrenda por los pecados del hombre. El Señor decidió llevar a su
pueblo a la cautividad y suspender los servicios del templo, a fin de que las
ceremonias externas no llegaran a ser el todo de su religión. Los principios y
las prácticas debían ser purificados de paganismo, el servicio ritual debía
cesar a fin de que el corazón pudiera ser revitalizado. Fue quitada la gloria
exterior para que pudiera revelarse la espiritual.
En la tierra de su
cautiverio, al volver al Señor con arrepentimiento, El se les manifestó.
Carecían de la representación exterior de su presencia, pero en sus mentes y
corazones resplandecían los brillantes rayos del Sol de Justicia. Cuando en su
humillación y angustia invocaron al Señor, los profetas recibieron visiones que
revelaron los acontecimientos del futuro: el derrocamiento de los opresores del
pueblo de Dios, la venida del Redentor, el establecimiento del reino eterno. . .
A fin de que nuestra obra pueda tener éxito, debemos cooperar con el
mensajero celestial que ha de iluminar la tierra entera con la gloria de Dios.
El Señor lo llama, como a Daniel, para que emplee el poder que Dios le ha dado
para revelarlo al mundo. . .
Daniel tuvo compañeros, y ellos tuvieron
una obra especial que hacer. Aunque fueron grandemente honrados en esta obra, en
forma alguna se exaltaron a sí mismos. Eran eruditos, diestros en conocimientos
seculares tanto como religiosos; pero habían estudiado la ciencia sin
corromperse. Eran bien equilibrados porque se habían entregado al control del
Espíritu Santo. Estos jóvenes dieron a Dios toda la gloria por sus dotes
seculares, científicas y religiosas. Su conocimiento no procedía de la
casualidad, obtuvieron conocimientos mediante el fiel uso de sus facultades y
Dios les dio habilidad y comprensión (Carta 134, del 27 de mayo de 1898,
dirigida a J. H. Kellogg).
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