"Yo soy la
luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz
de la vida." Juan 8: 12.
No hay nadie que haya errado a quien Jesús no
perdone, reciba y bendiga si, consciente de su debilidad e impotencia, se acerca
a El con fe en busca de simpatía y fortaleza. . .
¡Qué pensamiento
consolador es saber que Jesús se compadece de nuestras debilidades! Fue tentado
en todo así como nosotros somos tentados, y ha provisto exactamente la clase de
ayuda que necesitamos, de tal manera que si tan sólo ponemos nuestros pies en
las huellas de sus pisadas, estaremos seguros. Santificó el sendero que
recorrieron sus pies. Escuchemos su voz que nos invita: "Sígueme. Soy la luz del
mundo. Los que me siguen no caminarán en tinieblas. En el mundo tendréis
aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo"." (Véase Mat 4: 19; Juan 8: 12;
16: 33.)
Cristo venció al mundo en una experiencia real, y cuán grande
es su amor para con nosotros cuando nos invita a ir a El con todas nuestras
aflicciones, angustias, dolores de corazón y perplejidades, con la seguridad de
que nos ayudará. Dará salud y brillo a nuestras vidas. Si ponemos nuestra mano
en la suya, colocará nuestros pies sobre la roca firme, sobre un fundamento
mejor que el que hayamos tenido alguna vez. Nos hará más fuertes en su fortaleza
y obrará con todos nuestros esfuerzos.
Entonces, cuando nuestras almas
hayan experimentado su toque sanador, seremos atraídos a un estrecho
compañerismo con Jesús y seremos obreros juntamente con Dios, no solamente para
restaurar a los que yerran, para sanar a los quebrantados de corazón, sino
también para impartir valor, fe y confianza. Esta es la tarea de los obreros de
Dios: llevar a Jesús a las almas que se han apartado de sus enseñanzas y que,
aparentemente, se han estrellado contra las rocas y arrecifes del pecado. A
estas vidas quebrantadas, que han estado aparentemente sin esperanza, se les
promete sanidad.
Es más difícil enseñar a alguien que piensa que lo sabe
todo, que a uno que siente su incapacidad e ignorancia. Hablo con conocimiento
al decir que la obra de restaurar a las almas quebrantadas por errores y pecados
manifiestos es la más difícil de realizar. Se cultiva algún pecado acariciado
hasta que llega a tomar las riendas del control, no se combate vigorosamente un
mal hábito hasta vencerlo y, cuán difícil es borrar las heridas que sufre el
alma. . .
Lo invito a no demorar más, sino a ser un sabio obrero del
Señor, a poner todo esfuerzo para redimir el tiempo. Que nada lo acobarde. . .
El Señor aceptará un esfuerzo consagrado y dedicado de su parte (Carta 56, del
28 de mayo de 1898, dirigida a un médico que ejercía la profesión en forma
privada, y que había perdido el rumbo espiritualmente).
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