24 de Mayo
"Pero
tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y
andarán, conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas." Apoc. 3: 4.
En Sardis unos pocos mantuvieron su integridad. Su única esperanza
estribaba en aferrarse a Dios y entonces habría de cumplirse en ellos la
promesa: "Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir
al hombre" (Isa. 13: 12). . .
En la iglesia cristiana primitiva hubo
hombres que fueron verdaderos discípulos de Cristo. Se reunían a menudo en los
lugares donde habrían de ofrecerse oraciones. Trabajaban solamente para hacer
avanzar los principios que llevaban la impronta del Cielo. Primeramente hablaban
con Dios a fin de asegurarse qué espíritu era el que los impulsaba, y luego
examinaban estrecha y críticamente cada punto, cada método, cada principio, a la
luz que reflejaba el Sol de Justicia. No aceptaban fuego extraño. Tomaban su
fuego del altar divino. Para ellos los principios santos y justos eran sagrados,
y cultivándolos se mantenían sin mancha en el mundo.
Contemplando
siempre a Jesús, notaban el espíritu con el cual había trabajado, y seguían su
ejemplo. Compartían con otros los principios puros de la Palabra de Dios. Esta
Palabra era su consejera, su guía, su estrecha compañía. Para ellos las
Escrituras eran la autoridad suprema. Para cada pregunta que los inquietaba
tenían una norma para consultar. No se trataba de preguntarse: "¿Qué dicen los
hombres?", sino: "¿Qué dice el Señor?"
Los que sean constreñidos por el
amor de Cristo serán fieles a la obra y a la Palabra de Dios. . . El verdadero
cristiano debe sentir siempre que depende de su Hacedor. Y no se avergonzará de
reconocer esta dependencia. Como Daniel, no se atribuirá méritos a sí mismo.
Dará todo el honor a Dios, haciendo conocer tanto a los mundanos como a sus
hermanos que depende del Señor, y quitará de su vida todo aquello que contraste
al Espíritu Santo. Como Daniel, aprovechará cada oportunidad para aumentar sus
conocimientos. Comerciará con los talentos que el Señor le ha dado de acuerdo a
los principios santos especificados en la Palabra y esto multiplicará su
habilidad. . .
Si Dios da sabiduría a un hombre, su conducta estará en
armonía con la voluntad de Dios, y los que se conecten con El tendrán confianza
en su criterio para idear y planear para el progreso y el avance de la obra de
Dios en la salvación de las almas que están a punto de perecer. El apóstol Pedro
dice: "Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de
nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad
nos han sido dadas por su divino poder" (2 Ped. 1: 2, 3) (Manuscrito 66, del 24
de mayo de 1898, dirigido a la Asociación General y a nuestras casas editoras).
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