"Hijo
de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la
palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte." Eze. 3: 17.
Anoche
me hallaba en visión ante una reunión de nuestro pueblo, dando un decidido
testimonio acerca de la verdad presente y del deber actual. Después de terminado
el discurso, muchos me rodearon planteando interrogantes. Querían tantas
explicaciones acerca de este punto, y de aquel punto, y de otro punto más, que
dije: "Uno a la vez, por favor, no sea que me confundan".
Entonces les
dirigí una apelación, diciéndoles: "Durante años han tenido muchas evidencias de
que el Señor me ha dado una obra para hacer. Esas evidencias no podrían haber
sido más grandes de lo que son. ¿Apartarán de ustedes todas las evidencias como
si fueran una telaraña, por las sugerencias de incredulidad de un hombre? Lo que
me produce dolor de corazón es el hecho de que muchos que ahora se sienten
perplejos y tentados tuvieron abundantes pruebas y la oportunidad de evaluar, de
orar y de comprender y, a pesar de ello, no disciernen la naturaleza de los
sofismas que se les presentan para influir en ellos a fin de que rechacen las
advertencias que Dios ha dado para salvarlos de los engaños de estos últimos
días".
Algunos han tropezado por el hecho de que yo dije que no pretendo
ser profetisa, y han preguntado, "¿por qué?"
No tengo pretensiones para
presentar salvo la que se me ha dado, de que soy la mensajera del Señor. . . Al
comienzo de mi obra varias veces se me preguntó: "¿Es usted profetisa?" Siempre
respondí: "Soy la mensajera del Señor". Sé que muchos me han llamado profetisa,
pero yo no he reclamado este título. Mi Salvador me declaró su mensajera. "Tu
obra" -me instruyó-, es llevar mi Palabra. Surgirán cosas extrañas. En tu
juventud te aparté para llevar el mensaje a quienes yerran, para llevar la
Palabra a los incrédulos y para que con la pluma y la voz repruebes sobre la
base de la Palabra las acciones que no son correctas. Exhorta con la Palabra.
Voy a abrir mi Palabra delante de ti . . . Mi Espíritu y mi poder estarán
contigo.
"No temas a los hombres, porque mi escudo te protegerá. No eres
tú quien habla. Es el Señor que da el mensaje de advertencia y reproche. Nunca
te desvíes de la verdad bajo circunstancia alguna. Da la luz que yo te daré. Los
mensajes para estos últimos días debieran escribirse en libros y debieran
inmortalizarse, a fin de testificar contra los que se regocijaron una vez en la
luz, pero que han sido impulsados a abandonarla debido a las influencias
seductoras del mal" (Manuscrito 63, del 26 de mayo de 1906, "Una mensajera").
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