11 de mayo
"Jesús
le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí." Juan 14: 6.
Al describir su misión terrenal, Jesús declaró: "El
Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas
a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar
libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los
oprimidos; a predicar el año agradable del Señor" (Luc. 4: 18, 19).
¿Somos tan semejantes a Cristo como para que podamos representar su obra
y seguir su ejemplo? Su obra dio testimonio de su misión, mostrando que era de
origen divino. En cada uno de sus actos y de sus palabras se revelaba la más
tierna compasión, amor y misericordia. Los más pobres y los más humildes no
sentían temor de acercarse a El. Siempre notaba la presencia de los niñitos y
éstos se sentían atraídos hacia El.
Las palabras de nuestro Salvador son
claras y definidas. No suprimió una sola palabra de verdad, pero la expresó con
fervor convincente. Y mientras hablaba, los abatidos se le acercaban y eran
henchidos de esperanza y valor. Era el Príncipe del cielo. Nunca dijo una
palabra que pudiera ocasionar una pena innecesaria a un alma temblorosa y
sensible. Contemplando con tristeza a los que lo rechazaban y despreciaban sus
palabras, dijo: "No queréis venir a mí para que tengáis vida" (Juan 5: 40).
Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Su vida sobre esta tierra fue
una vida de abnegación. Consoló y animó a todos los que se le acercaron en busca
de alivio, porque todos eran preciosos a su vista. Siempre se condujo con
dignidad divina, y sin embargo se inclinó con tierna consideración hacia cada
miembro de la familia del Señor. Vino a colocarse a la cabeza de la humanidad,
para dar el poder de llegar a ser hijos e hijas de Dios a todos los que creen en
El. Tal es el ejemplo que nosotros debemos seguir. Si lo hiciéramos, el enemigo
no recibiría tanta atención y honor como recibe ahora de parte de los que
profesan ser seguidores de Cristo, pero que en realidad están siguiendo los
engaños satánicos. Dios envió a su Hijo para que aquellos que creen en El no
perezcan sino tengan vida eterna. Sus seguidores deben mostrar la honestidad, la
justicia e integridad más estrictas en cada una de sus transacciones.
Permitan que comience una sincera obra en ustedes, mediante una
reconversión y una transformación del carácter (Manuscrito 53, del 11 de mayo de
1905, "Hasta setenta veces siete").
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